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En ese caso dijo suspirando Delaberge, apenas si me queda tiempo para hablarle de algo que le interesa mucho... Por fin, recibí anoche la respuesta de la Administración central.

Es natural ... dijo también suspirando el cura, e inclinando con melancolía su frente pensadora, surcada por arrugas precoces. Aquello me puso silencioso, y así tomé asiento junto a un buen fuego que ardía en la humilde chimenea del saloncito. Hasta entonces pude examinar completamente la persona del cura.

Pero ya que no personas de tu misma sangre ¿no tienes allá alguien que te sea querido? Oh, , replicó el joven, suspirando. Vamos, ya veo. ¿Es hermosa? Bellísima. ¿Buena? Como un ángel. ¿Y no te ama? No puedo decir que ame á otro. En tal caso, tu deber es hacerte digno de su amor.

Verdad, señor, mucha verdad dijo Benina suspirando, en expectativa de lo que D. Carlos le daría después de aquel sermón. Porque usted calcule... si yo tengo en mi vejez un buen pasar para y para mis hijos; si no me falta una misa en sufragio del alma de mi querida esposa, es porque llevé siempre con método y claridad los negocios de mi casa.

Los dos le hablaron suspirando de sus enfermedades, que juzgaban incomprensibles, atribuyéndolas á ignorancia de los médicos. Era la consunción que ataca de pronto á las gentes de los países abundantes.

A eso se llama contestar categóricamente. Pero, ¡vamos! ¿no amas a otro? Mi pecho no alberga otro amor que el de usted, tío respondió la joven suspirando. Antoñita, eso no basta. Dentro de un mes o dos yo voy a dejar de existir, y si sólo me amas a no quedará nadie que te ame. ¡Oh! tío de mi alma, espero que se habrá usted equivocado.

Que mi prima la condesa de Algar dijo Rafael es la perla de las sevillanas. Pregunto lo que hay de nuevo repuso el duque y no lo sabido. ¡Ojalá fuera cierto! dijo el general suspirando ; pero mi sobrino Rafael Arias es una contradicción viva de su axioma. Siempre nos trae caras nuevas a la tertulia, y eso es insoportable. Ya está mi tío dijo Rafael esgrimiendo la espada contra los extranjeros.

Se confundían en alegre discordancia las diversas músicas. Pasaban parejas amorosas, perdiéndose en la obscuridad; guerreros de remotos países que abarcaban con un brazo el talle de una mujer. ¡Tan lejos!... ¡tan lejos! seguía suspirando la vieja. Vió de pronto un soldado que le sonreía, un soldado todo blanco desde el casco de trinchera hasta los gruesos zapatos.

Empezó á registrarse lo mismo que ella, aunque tenía la certeza de que la rebusca era inútil. De pronto sonrió triunfante. Toma el alfiler. Era el de su corbata; una perla famosa, muy admirada por las mujeres, y que no había querido dar nunca, por ser regalo de la princesa Lubimoff. Tuvo que encargarse él mismo de arreglar la rotura de la espalda, suspirando de angustia.

Magdalena... Y la abuela, suspirando fuertemente, me miró con tierna piedad. No me comprende, es seguro, y yo no la comprendo tampoco. He recibido hace un momento prosiguió la abuela, una esquela de nuestro notario y amigo el señor Boulmet, que me ruega que le reciba a las dos. No me oculta que su visita tiene por objeto un proyecto de matrimonio... ¡Oh! no, no exclamé con espanto. ¡Ah!