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Estos tres procedimientos corresponden á tres métodos terapéuticos. A los dos primeros puede bastarles dósis mas ó menos fuertes. Se reservan las mas débiles para el tercero, que es el mas pronto y menos sujeto á percances. La supremacía pertenece siempre á la ley de los semejantes, que descansa sobre el tercer procedimiento.

Cuando se mudaba de cuarto, esta supremacía domiciliaria iba con ella a donde quiera que fuese. Si algo desairado o ridículo le ocurría, lo guardaba en secreto; pero si era cosa lisonjera, la publicaba poco menos que con repiques. Por esto cuando se corrió entre las familias amigas que el sietemesino se quería casar con una tarasca, no sabía la de los Pavos cómo arreglarse para quedar bien.

Mas esta dicha no brotó en su alma al calor de la fe, ni se esperanzó su buen deseo con lo que podría hacer manejando las divinas armas que le serían concedidas, sino que nació del contacto producido por la docilidad con que acogió las palabras que tantas veces había escuchado prometiéndole, en cuanto fuese sacerdote, la supremacía sobre los otros hombres.

Todo este artículo supone y prueba el axioma que Hipócrates opuso á los errores de la terapéutica, y que le valió el nombre de padre de la medicina: Natura morborum medicatrix. Este principio solo puede ejercer su supremacía en el método homeopático basado en la ley de los semejantes, y que establece la relacion de la enfermedad con el medicamento.

Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido estas entrecortadas razones: «¡Ay qué chico!... ¡cuánto lee!

La industria de la seda iba arruinándose con la competencia que la hacían los franceses; uno tras otro se cerraban los talleres montados a la antigua que durante un siglo habían sostenido la supremacía industrial de Valencia, y don Manuel, que a pesar de su buen sentido comercial tenía empeño en mantener testarudamente la lucha con el exterior, sufrió grandes pérdidas y murió de un berrinche antes que la ruina viniese a coronar su desesperada resistencia.

Se replicará tal vez que estos ejemplos se refieren á diferentes sentidos, y que producen sensaciones de diversa especie: pero esto no altera nada: porque, si el ser que siente infiere la existencia de los objetos de la coincidencia de las varias sensaciones, queda destruida la supremacía del tacto que es lo que nos proponíamos demostrar.

Tenía razón don Timoteo. Haga usted una visita a don Timoteo; en buena hora; pero no espere usted que se la pague. Don Timoteo no visita a nadie. ¡Está tan ocupado! El estado de su salud no le permite usar de cumplimientos; en una palabra, no es para don Timoteo la buena crianza. Veámosle en sociedad. ¡Qué aire de suficiencia, de autoridad, de supremacía!

La que Atenas del mundo Americano, etc. Antes que yo la ha llamado así un escritor célebre por su amor á la libertad y ardientes simpatias por las Repúblicas de Sud-América: el Abate de Prad. La tribuna de Agüero y de Dorrego. Al nombrar dos célebres oradores Argentinos no he querido en ningun modo establecer la supremacia suya sobre los demas.

LA ENFERMERA. ¡Simple divergencia de métodos y de autoridades...! Tranquilícese... Como cada una de estas damas quiere afirmar su supremacía sobre la otra, los enfermos están mejor cuidados. SITA. Es usted muy indulgente. Adivino que seremos amigas. LA ENFERMERA. ¡No se haga ilusiones...! SITA. ¡Quia...! Mi corazón no me engaña nunca.