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De la calle de Santa Fe a la de Entre Ríos, de ésta a la de Suipacha, donde vivía don Raimundo, de aquí otra vez a la de Santa Fe, y por último, ya encendidos los faroles, a su casa, cuerpo y espíritu abatidos por la fatiga y el poco éxito, pues no encontró lo que buscaba, ni logró ver a nadie: en la puerta, tropezó con don Pablo Aquiles, que llegaba. Miráronse. ¿Nada? preguntó don Pablo.

Entonces he dicho: ahí están mis dos casas de la calle Piedad, la en que vivo, ésta, la de la calle Cangallo, la de la calle Suipacha, mis campos de Cañuelas y Bahía Blanca, mis cédulas hipotecarias... ahí está todo, tómenlo, véndanlo, todo, menos la estancia del Frigal, que no es mía, que es de mi mujer y a su nombre está escriturada. ¡Y si eso no les basta, córtenme en pedazos y acabemos!

Estaba ubicado en la esquina Viamonte, antes Temple, y Suipacha. Como dependencia del café, y formando parte de la planta baja, que daba hacia la primera, había hasta la mitad de la cuadra una veintena de cuartos a la calle, con puertas que se abrían a ésta y otra interior, que daba al gran patio del café: eran otras tantas salidas clandestinas del antro misterioso.

La noche del día en que recibí mi nombramiento, me retiraba a mi modesto cuarto de conventillo pues tiempo hacía que había dejado el que por meses ocupara en casa del comisario e iba con el corazón lleno de ilusiones, y cantándome en el alma un coro de alegría, cuando de repente, al volver la esquina de Piedad 88 y Suipacha, me topé de manos a boca con un hombre que pretendió ocultarse en el hueco de una puerta.

Llamó las milicias del pueblo de Suipacha, que estaban por el Rey, y las de Tarija, reforzándose con las pocas reliquias de fidelidad que habian quedado, y antes que pudieran recobrarse los desleales del terror infundido por las armas del Soberano, la resolucion de aquella operacion, la inopinada prision de sus caudillos, y del conjunto de circunstancias que ocurrieron en accion tan determinada, nombró partidas para evitar los daños que seguian en todos los límites de la provincia que estaban conmovidos, y en que cometian los sediciosos atroces crueldades, obligando á los habitantes españoles á venir fugitivos, para acogerse á la sombra de las tropas recien llegadas.

Cuando pasó la frontera de Salta, se halló este oficial en el centro de una gran insurreccion que devoraba la provincia de Chichas. Suipacha, Cotagaita, Tupiza, estaban en manos de los insurgentes, que en esta última ciudad habian imitado el ejemplo de Tupac-Amaru, ahorcando á su corregidor.

Un día dije a uno de ellos que hablaba conmigo, en el café de Cassoulet, esquina Viamonte y Suipacha, un centro de pillos: ¿Y no bebes?... ¡Pide un gin! ¡Yo!... ¡Qué esperanza!... ¡El alcohol afloja la lengua y entorpece la mano! EL CAF

Hizo poner las tiendas, encender fogatas, y cenar la tropa con brevedad, y al acabar el dia mandó de nuevo tomar las mulas de refresco que tenia anticipadas, y dejando el campamento con solo 20 hombres veteranos á cargo de un oficial, se puso en movimiento con mucha precaucion y silencio; y dejando á la derecha en el pueblo de Suipacha el camino de la Plata, tomó el de la izquierda, que dirigia á Tupiza, previniendo al oficial que quedaba en el campo, cuidase con exactitud y vigilancia, permaneciesen encendidos los fuegos, y se pasase la palabra toda la noche: dejándole tambien la órden, para que antes de amanecer el nuevo dia, levantase el campamento, y siguiese sus pasos con el equipage y bagajes que le quedaban.