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Clara comprendió, por la vehemencia con que el joven hablaba, que era cierto su interés, y conoció también que la pintura que del viejo hacía no era exagerada. El desconocido obraba con la mayor nobleza, sinceridad y buena fe. Era uno de esos caracteres inclinados á las aventuras difíciles y que implicaban la salvación peligrosa de los que sufrían.

Durante todo el día llegaron muchos carruajes y schlittes para trasladar a los heridos, que pedían a grandes voces ser llevados a sus aldeas. El doctor Lorquin, temeroso de aumentar la excitación que los desgraciados sufrían, se veía obligado a acceder a su petición. Cerca de las cuatro de la tarde, Catalina y Hullin se hallaron solos en la sala grande. Luisa había ido a preparar la cena.

-Un amigo y discreto -respondió don Quijote- era de parecer que no se había de cansar nadie en glosar versos; y la razón, decía él, era que jamás la glosa podía llegar al texto, y que muchas o las más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba; y más, que las leyes de la glosa eran demasiadamente estrechas: que no sufrían interrogantes, ni dijo, ni diré, ni hacer nombres de verbos, ni mudar el sentido, con otras ataduras y estrechezas con que van atados los que glosan, como vuestra merced debe de saber.

El doctor le contestó con una sonrisa que daba frío. Su tumba era la fosa común, adonde iban todos los muertos pobres. La infeliz muchacha no tenía parientes ni quien pagase los gastos de su entierro. Isidro no se había presentado para arreglar las cosas, y era seguro que su cuerpo, antes de ir al cementerio, habría pasado por la sala de disección. ¡Sufrían tal escasez de cadáveres!...

Pensaba en su familia, que vivía allá en la Marina una existencia de continua ansiedad viéndole á bordo de un buque acechado por irresistibles amenazas. Pensaba también en las esposas y las madres de todos los hombres de la tripulación, que sufrían idénticas angustias.

La energía indomable del doctor Vargas lo salvó; pero, cuando salió de la lucha, la juventud había pasado, y sólo quedaba en el alma un cariño inmenso por los que sufrían lo que él había sufrido. Siempre he mirado con un supremo respeto al distinguido escritor colombiano que tiene, como Prometeo, la cadena que lo aferra y el buitre que lo devora, sin que su espíritu decaiga un instante.

Las riquezas eran recientes; las habían visto formarse los mismos que sufrían su servidumbre. El bracero que en su país miraba con tradicional respeto á los que eran dueños de la tierra por el nacimiento y la herencia, se revolvía aquí con audacia revolucionaria contra el compañero enriquecido.

Muchas veces, el trágico vacío de los órganos perdidos remediábanlo los bárbaros curanderos con puñados de estopa introducidos en el vientre. Lo importante era mantener en pie a estos animales unos cuantos minutos más, hasta que los picadores volviesen a salir a la plaza: el toro se encargaría de rematar su obra... Y los jacos moribundos sufrían sin protesta esta lúgubre transfiguración.

Aquellas bestias rudimentarias que él veía entre los peñascos, y lo mismo que ellas todos los animales del mar y de la tierra, sufrían la esclavitud del medio. Mandaban los muertos sobre ellas porque hacían lo que harían sus descendientes. Pero el hombre no es esclavo del medio: es su colaborador y a veces su dueño.

Algunos heridos de distinción estaban en las Ventas del Rey; pero la mayor parte, como he dicho, tenían su hospital a lo largo del camino, y allí los cirujanos no daban paz a la mano para vendar y amputar, salvando de la muerte a los que podían. Los soldados sanos sufrían los horrores del hambre, alimentándose muy mal con caldos de cebada y un pan de avena, que parecía tierra amasada.