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Salió gritando á voces un soldado Sin saber lo que es; que de costumbre Tenia de gritar; sueltan á Sierra, Y á Mendieta la gente toda afierra. El pobre desque vió como aferraba La chusma de èl, procura escabullirse Con una poca gente que llevaba, Que con él determina de huirse.

El tío Goro de Canzana sonríe siempre, pero sus ojos se humedecen al recordar los tiempos heroicos de su juventud. Eso está bien manifestó otro vecino y no es faltar á la ley el que los rapaces se den alguna vez dos vardascazos; las manos se sueltan y el pellejo se endurece.

Ya todos se aprestaban A comenzar la pugna, Asiendo de las garras Con fuerza de titan: Los piés en los estribos Apoyan con pujanza, Y esperan afanosos Del gefe la señal. Las madres, las esposas Contemplan aquel grupo Pendientes del latido Del brazo muscular; Mas derrepente vése Que las manijas sueltan, Y se oye entre el corrillo Sordo rumor vagar.

Y tomando de aquel montón de ropa flotante cada cual una prenda empiezan á sacudirla, á frotarla, á estrujarla y también por intervalos á azotarla contra la piedra lisa que cada una tenía delante. La charla no se interrumpe ni cuando oprimen la ropa, ni cuando la empapan en jabón ni cuando la sueltan para que el agua la bañe.

El hombre de la capa dejó escapar una exclamación de desprecio mirando a la mujerzuela de arriba abajo y dirigiéndose después a , me dijo en tono confidencial: Estas babiecas, en cuanto que ven a un soldado con un pliego en la bayoneta, ya se sueltan a decir que es el indulto.

Los puñales que hirieron á Abd-el-rhaman, dijo, estan asestados contra : las manos que los empuñan no los sueltan ya sino para recoger los escudos que les arroje desde lo alto de mi trono.

Si yo me quiero matar ¿quién me lo puede impedir? Pero misma, sin auxilio de nadie, ¿no comprendes que a Dios no puede agradar que nos quitemos la vida?... ¡Pobre criatura abandonada a tus sentimientos naturales sin instrucción, ni religión, sin ninguna influencia afectuosa y desinteresada que te guíe!... ¿Qué ideas tienes de Dios, de la otra vida, del morir?... ¿De dónde has sacado que tu madre está allí?... ¿A unos cuantos huesos sin vida, llamas tu madre?... ¿Crees que ella sigue viviendo, pensando y amándote dentro de esa caverna? ¿Nadie te ha dicho que las almas una vez que sueltan su cuerpo jamás vuelven a él? ¿Ignoras que las sepulturas, de cualquier forma que sean, no encierran más que polvo, descomposición y miseria?... ¿Cómo te figuras a Dios? ¿Como un señor muy serio que está allá arriba con los brazos cruzados, dispuesto a tolerar que juguemos con nuestra vida y a que en lugar suyo pongamos espíritus, duendes y fantasmas que nosotros mismos hacemos?... Tu amo, que es tan discreto, ¿no te ha dicho jamás estas cosas?

Unos salen, otros entran, todos corren; se agolpan; se apiñan; las marras del buque se sueltan; el humo asoma; las ruedas se mueven; el agua salta convertida en espuma; el vapor parte. Al clamoreo festivo de la despedida, sucede un silencio general. El tiuque se desliza sobre aquella corriente azulosa, como una culebra sobre el musgo de un prado verde.

Cuando los abre de nuevo ve que se alejan cogidos de la mano. Los deja salir del jardín. Los sigue inmediatamente. ¿Adónde irán? Una vez en la corrada, observa que se sueltan y se dirigen a la casa. Entra en su seguimiento, pero ya habían desaparecido y no sabe en qué habitación hallarlos.

Flora hizo lo mismo con el suyo, y después de haber cambiado algunos besos cariñosos, charlando alegremente, comenzaron su tarea. Sacan todo aquel lienzo, lo sueltan en el remanso que el arroyuelo hacía, se despojan de la falda, de los zapatos y las medias, del pañuelo; se quedan medio desnudas con el blanco seno y los brazos al descubierto.