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Usan embustes, fraudes y marañas, Tambien tienen esfuerzo y osadía, Y así suelen hacer grandes hazañas, Que arguyen gran valor y valentía. A aquestos hacer cosas estrañas En tiempo que yo entre ellos residía: Y el que no me quisiere á mi escuchallo, Al de Toledo vaya á preguntallo.

Bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quísome bien, al parecer, Altisidora; diome los tres tocadores que sabes, lloró en mi partida, maldíjome, vituperóme, quejóse, a despecho de la vergüenza, públicamente: señales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones.

Fenómeno admirable en verdad. Los pueblos menos artistas por naturaleza, son los que más se dan al arte por instinto y por educacion. Por esto mismo los oradores suelen tener la pasion funesta de querer ver escrito lo que hablan. Su palabra es su única belleza, y no se contentan con ser bellos.

Por el rigor de nuestro agravio, mas que por la razon; debiéramos hoy de tomar resolucion; porque en caos semejantes la presteza y poca consideracion suelen ser útiles, cuando de las consultas suelen dificultades.

Son de poco corazón, cobardes y apocados, mas son altaneros, coléricos, y descomedidos con los indios, a quienes suelen despreciar y maltratar de palabra y de obra, y frecuentemente estúpidos y empalagosos."

Los que ejercen autoridad en los círculos o tertulias de café suelen sentarse en el diván, esto es, de espaldas a la pared, como si presidieran o constituyesen tribunal.

Los Dattos suelen distinguirse de la gente del pueblo en el mayor adorno de sus vestidos, en los que usan botones dorados, y en la costumbre de llevar siempre el pañuelo en la mano y seguirle algún esclavo con la caja del bullo. Les está prohibido asimismo comer carne de cerdo y el uso de bebidas espirituosas.

Hoy he paseado por el Retiro... y ¡mira lo que son las cosas, amigo! prosiguió con acento irónico , también debajo de los árboles se suelen encontrar cosas impuras. García se puso levemente colorado.

Sebastián Becerro dejó su aldea á la edad de diez y siete años, y embarcó con rumbo á Buenos Aires, provisto, mediante varias oncejas ahorradas por su tío el cura, de un recio paraguas, un fuerte chaquetón, el pasaje, el pasaporte y el certificado falso de hallarse libre de quintas que, con arreglo á tarifa, le facilitaron donde suelen facilitarse tales documentos.

Como suelen decir, esto se hace sin gana, y si ya desde hoy no nos soltamos a encomiarlo todo de una vez, es porque somos como cierto sujeto de Ubeda, cuyo caso no he de callar por vida mía, mas que en cuentos y relatos me llame el lector pesado.