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Allá se fue Benina despacito, porque el sujeto que la guiaba era de lenta andadura, como quien anda con las nalgas encuadernadas en suela, apoyándose en las manos, y estas en dos zoquetes de palo. Por el camino, el hombre de medio cuerpo arriba aventuró algunas indicaciones críticas acerca del moro, y de su conducta un tanto estrafalaria.

Deslizose Amparo entre el grupo de la buena sociedad marinedina, y se introdujo en el templo. Hacia el presbiterio se colocaban las señoritas, arrodilladas con estudio, a fin de no arrugarse los trapos de cristianar, y como tenían la cabeza baja, veíanse blanquear sus nucas, y alguna estrecha suela de elegante botita remangaba los pliegues de las faldas de seda.

¡Desgraciado! ¿Y llamas desgracia, grandísimo zarramplín, casarte con una joven tan buena y tan hermosa que no hay otra en Sarrió que le llegue a la suela de los zapatos? Gonzalo no pudo menos de sonreir. Cecilia es una buena muchacha, digna de casarse con un hombre mejor que yo... pero, hermosa, tío...

¿Y qué te haces ahora? Esta pregunta seca y hecha en un tono más seco aún, cortó la tierna emoción que embargaba a nuestro joven en aquel momento y le dejó un poco embarazado. Poca cosa... Me divierto lo más que puedo. , , ya lo he sabido, que eres un joven a la moda. Las modas duran poco; pasaré como han pasado las trabillas y las corbatas de suela...

No tenía empleo y enseñaba los gigantones sin retribución alguna, con la esperanza de conseguir la primera plaza que vacase, y agradeciendo mucho a los señores del cabildo que le diesen casa gratuita, en consideración a que su mujer era hija de un antiguo servidor de la catedral. El hedor del engrudo y de la suela húmeda infestaba su casa con el ambiente agrio de la miseria.

Retiró la pipa de su boca, golpeando con ella la suela de uno de sus zapatos, y la metió luego en un bolsillo del gabán, recomendando á los criados que lo guardasen cuidadosamente, como si fuese prenda de gran valor. El abrigo de pieles que llevaba Robledo atrajo el respeto de los dos servidores. Uno de ellos le ayudó á despojarse de él, conservándolo sobre sus brazos.

El zapatero le parecía más amarillento y triste en el rancio ambiente de su tugurio, encorvado ante la mesilla, martilleando la suela; su mujer más débil y enfermiza, mísera esclava de la maternidad, debilitada por el hambre y ofreciendo como única esperanza al hijo pequeño aquellas ubres flácidas, de las que sólo podía surgir sangre. El pequeñín se le moría.