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Llegó un día en que los belicosos caudillos que gobernaban por delegación las tierras conquistadas se sublevaron contra Eulame. Todo lo que éste había aprendido en el país de los gigantes lo comunicó confiadamente á sus allegados: los nuevos medios de destrucción eran ya del dominio común; sus adversarios sabían lo mismo que él; ya no era un semidiós, era un hombre como los otros.

Ibamos cruzando el Pacífico, cuando se nos sublevaron los chinos, y no si ellos o alguno de la tripulación mataron a Zaldumbide y al médico holandés. Hubo luego una serie de luchas y de reyertas entre parte de la tripulación, que era enemiga de la otra; pero, al fin, se pudieron arreglar estas diferencias y yo me encargué del mando de El Dragón.

Mas el ansia de ser amado, de engañarse con dulces ilusiones, el egoísmo varonil, inclinado siempre á creer en una predilección en favor suyo, se sublevaron en Fernando. No, doctor: me quiere. Tengo pruebas.

La accidentada navegación con los piratas fue la última y más penosa aventura de don Alonso. Autoritario y duro, quiso tomar el mando apenas se vio sobre la cubierta del buque, imponiendo su disciplina a Talavera y sus bandidos. Pero éstos se sublevaron contra él y lo metieron en la cala cargado de cadenas. A pesar de esto, el prisionero no cesó en su brava actitud, asegurando que había de ahorcarlos a todos apenas llegasen a tierra. Y tanto era su prestigio, que no se atrevieron a hacer nada contra él. Muchas veces le pedían consejo, por la experiencia que había adquirido en las cosas de la navegación, y le sacaban de su encierro para que dirigiese la nave. Acabaron por abandonar ésta en las costas de Cuba, y marcharon después meses y meses por la isla todavía inexplorada, deseosos de aproximarse a Santo Domingo, pero sin saber ciertamente adónde iban, sumiéndose en ciénagas, combatiendo a los indígenas o transigiendo con ellos, atormentados por el hambre, que mataba a muchos. En esta marcha desesperada, el cautivo Ojeda se veía elevado por sus guardianes al rango de jefe cada vez que había que combatir a un grupo indígena, tratar con un cacique benévolo u orientarse en el desierto de barrizales temblorosos que se tragaban a los hombres.

Hasta imitaba los gestos de los guerreros, y al llegar un punto en que hubiese aclamaciones de la muchedumbre, lo hacía tan al vivo, que era preciso suplicarle que bajase la voz para no alarmar a la vecindad. Abreviando todo lo posible la empalagosa narración, sólo diremos que Zumalacárregui había tropezado con el antagonismo de los díscolos jefes que se sublevaron antes que él.

Entraron á la provincia estos tres religiosos en 1668, y emplearon un año entero en solo tomar las primeras nociones del idioma moxo, sin darse por entendido de sus miras posteriores: apercibiéronse los Indios, sin embargo; y recelosos de verse nuevamente bajo el duro yugo á que los habian sujetado los primeros Españoles, é instigados por sus sacerdotes se sublevaron amenazando de muerte á los Jesuitas; pero por temor á los Cruceños se contentaron con ir á despedirlos hasta Santa-Cruz, declarándoles formalmente que no querian hacerse cristianos.

Pude efectuar mis primeras investigaciones con bastante sosiego, por mas penoso que fuese el recorrer un pais de los mas áridos, y en donde la falta de agua se hace sentir á cada paso en el corazon de esos monótonos é interminables desiertos; pero los indios Puelches, Aucas y Patagones se sublevaron inopinadamente contra la naciente colonia del Cármen, situada á orillas del rio Negro, y me entónces precisado á reunirme á sus habitantes para cooperar á la defensa comun.

Uno de ellos, al parecer el más joven y el menos fatigado y enfermo, tomó la palabra y dijo: Yo, señor, soy Juan de Cartagena y salí de Castilla mandando uno de los cinco bajeles que trajo el portugués Fernando de Magallanes para lograr su propósito de ir más allá de este continente, de llegar a la India, caminando siempre hacia el Oeste. La insufrible soberbia del portugués y los malos modos y la aspereza con que me trataba me movieron a rebelarme contra él cuando aún estábamos en el Golfo de Guinea. Magallanes me venció y me tuvo preso. Fue tanta su crueldad que permanecí en el cepo, durante muchas semanas, hasta que llegamos cerca de estos lugares. Hartos mis compañeros de sufrir al portugués, a quien ya tenían por loco, y recelando que los llevaba a perdición segura, se sublevaron contra él en una bahía que no dista mucho de aquí. Tres fueron los bajeles sublevados. Las principales cabezas de la sublevación fueron Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada. Ellos me pusieron en libertad, y yo combatí en favor de ellos. Sólo dos bajeles quedaron sujetos al portugués. De los otros tres disponíamos nosotros. Magallanes, no obstante, pudo vencernos. Entró al abordaje en nuestros navíos y Luis de Mendoza murió cosido a puñaladas. Horribles fueron los castigos que Magallanes impuso. A Gaspar de Quesada, por mano de su propio criado, que sirvió de verdugo, hizo que le cortaran la cabeza. Y descuartizados los miembros de Quesada y de Mendoza, fueron suspendidos de los mástiles para espantoso escarmiento de todos. No por qué Magallanes me perdonó la vida y tuvo compasión de , si compasión puede llamarse. El feroz capitán, al ir a entrar en el Estrecho, me dejó abandonado sobre la costa inhospitalaria.

El periódico nuestro hasta hizo el elogio fúnebre del ingeniero, declarando que «había que reconocer noblemente en este enemigo político á un hombre de talento, á un gran patriota lamentablemente desorientado». Y nada más.... A los pocos días nadie se acordó del infeliz. Otros sucesos preocupaban á la nación. Se sublevaron los generales candidatos, al convencerse de que no triunfarían legalmente.

Estas detenciones ocasionaron no pocos males, particularmente en las provincias de Chichas y Lipes, que se sublevaron despues de aquel suceso, porque conocieron la superioridad que tenian, y les manifestaba semejante conducta, y que no eran muy temibles el Comandante y armas que se hallaban en la ciudad de la Plata, cuando aun despues de vencedoras se contentaban con volver á encerrarse en los términos de su recinto, sin pensar al remedio de las calamidades agenas: á que contribuyó tambien el haber seguido el mismo sistema la imperial villa de Potosí, que creyó llenaba so obligacion con poner á cubierto sus preciosas minas.