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De América las vírgenes Con mano temblorosa, La cabellera frígida, Sangrienta y polvorosa De las heróicas víctimas, Con flores ceñirán. Entre perfumes célicos Y grata melodía De cánticos suavísimos, Hasta la tumba fria Entre aureolas fúlgidas Los héroes bajarán. Sobre la huesa húmeda Donde su lauro brilla, Los pueblos redimidos Doblando la rodilla, Al trono del Altísimo Plegarias alzarán.

Triste es la vida, , bella criatura, Pero tambien en ella hay gratas flores, Que llenan con suavísimos olores El sendero, que lleva á la virtud; Hay tambien sus delicias inefables En llenar los deberes de la esposa, La mision de la madre cariñosa, Y aliviar la cansada senectud.

Aconteció, pues, que la Princesa, en una hermosa mañana de primavera, estaba en su tocador. La doncella favorita peinaba sus dorados, largos y suavísimos cabellos. Las puertas de un balcón, que daba al jardín, estaban abiertas para dejar entrar el vientecillo fresco y con él el aroma de las flores. Parecía la Princesa melancólica y pensativa y no dirigía ni una palabra a su sierva.

Extendíase á la diestra mano una deliciosa huerta plantada de naranjos y limoneros, entre cuyas oscuras y apretadas copas, erguíanse, balanceando sus ligeros penachos, las esbeltas palmeras y los melancólicos cipreses, con mucha copia de otros árboles y arbustos preciosos y raros traidos de allende los mares, entre los que descollaban gigantescos zapotes, plantados á lo largo de la margen del rio, hasta la jurisdicción exenta de San Juan de Acre; y además, mil variadas suertes de odoríferas plantas, que embalsamaban el aire con suavísimos perfumes.

Pero al fin quiso Dios llevarle á la gloria, como de su bondad esperamos, á darle el premio debido á sus méritos; la víspera de la Santísima Trinidad recibió todos los Sacramentos, sin dar la menor señal de temer la muerte, y se entretuvo todo aquel día, parte, en dar disposiciones con mucha serenidad, acerca del gobierno de la provincia, y parte en suavísimos coloquios con su crucificado Redentor, en cuyas manos entregó su espíritu, al entrar el día de la Santísima Trinidad, de cuya vista iba á gozar en la bienaventuranza.

dejaste el mundo, virgen pura, Porque al probar del mundo la amargura Lloró tu corazon, Y en su llanto se ahogó, como esas flores Que al derramar suavísimos olores Se ahogan con su propia emanacion. Dios abriendo sus manos desde el cielo Distribuye sus dones generosos: Al árbol los frutos deliciosos, Y al valle ameno la fragante flor.