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La misma objecion se la he hecho al P. Irene, pero con su risa picaresca me dijo: Hemos ganado mucho, hemos conseguido que el asunto se encamine hácia una solucion, el enemigo se ve obligado á aceptar la batalla... si podemos influir en el ánimo de don Custodio para que, siguiendo sus tendencias liberales, informe favorablemente, todo está ganado; el General se muestra en absoluto neutral.

Hablaba por los codos y no dejaba meter baza a los demás: él se lo decía todo, y no se podía elogiar cosa alguna, porque al punto salía diciendo que tenía otra mejor. Desde entonces le taché por hombre vanidoso y mentirosísimo, como tuve ocasión de ver claramente más tarde. Mis amos le recibieron con agasajo, lo mismo que a su hijo, que con él venía.

Parecía ella nacida para andar, con su pasito sosegado y firme, por aquellos vastos salones, para jugar apaciblemente detrás del recio balconaje apoyado en el escudo y para abismarse en el jardín penumbroso, entre arbustos centenarios y divinas flores pálidas de sombra.

Si le pido cien mil, me los da lo mismo. ¡Y que sea tan desgraciada!... Ante los ojos interrogantes del profesor, continuó: Pues bien; de los veinte mil no quedan ni cien. Corrió en la misma noche al Sporting para repetir sus hazañas. Nunca se había visto con tanto capital, ni á la vuelta de su viaje de concertista por la América del Sur.

Contra esto se rebelaba el orgullo de don Luis con titánica pujanza. ¿Qué se diría de él, y sobre todo qué pensaría él de mismo, si el ideal de su vida, el hombre nuevo que había creado en su alma, si todos sus planes de virtud, de honra y hasta de santa ambición, se desvaneciesen en un instante, se derritiesen al calor de una mirada, por la llama fugitiva de unos lindos ojos, como la escarcha se derrite con el rayo débil aún del sol matutino?

Me parece que aún tengo alguna influencia sobre ella. Así es que le ruego y espero que no tome más cartas en este asunto, sino que, como hombre y como caballero, no ose estorbarla en su camino. Además, tengo grandes deseos... Aquí las palabras se atravesaron otra vez en la garganta del maestro, y la frase quedó entrecortada.

Abra su boca é gran bramido Así que se espanten cuantos oyrán La bos temerosa del alto soldan; E gose del trono de ques proveido.

Tristán y Clara, tímidos y embarazados, recorrieron las habitaciones de la casa, pequeñas comparadas con las del suntuoso hotel que acababan de dejar, pero amuebladas con refinado gusto y coquetería. Clara lo hallaría todo precioso aunque fuese mucho peor. Pero la cocinera ardía en deseos de mostrarles hasta dónde llegaban los primores de su arte.

EL CONDE. ¡Representas bastante bien la comedia, hija mía! Sin embargo... Astolfo, refiere lo que has visto. ASTOLFO. Estábamos aquí, en este mismo escalón... EL CONDE. ¡Más aprisa, muchacho! lacónico. ASTOLFO. Y vimos de repente a alguien, que llevaba una vieja capa y parecía un criado, abrazar a la condesa. «¡Qué desgracia! me dijo el conde . Mi hija le es infiel a su prometido.

Lucía, exhausta con tantos esfuerzos, y con el esmero incesante a Pilar consagrado, mudaba las rosas de las mejillas en azucenas, y adelgazaba notablemente, a pesar de comer con buen apetito. Una mañana, Duhamel la llamó aparte, y la dijo en su chapurrado característico: Cuidarse, menina.... Conservar-se.