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Con una poca costumbre, llegará usted a discernir los días en que hay que ser una compañera de fiesta y aquellos en que hay que resignarse a no ser mas que una esposa. Apuesto a que el señor Stowe es uno de estos egoístas risueños que quieren que todo el mundo sea feliz en el momento en que ellos están satisfechos de la vida, y que no toleran que nadie esté alegre si ellos están tristes.

Tiene usted lo esencial, porque es usted bonita, joven y además nada tonta. DORA. ¿Y en qué nota usted que no soy tonta? JULIA. En la gestión que ha hecho. ¡Pocas jóvenes hubieran sido capaces de ello, señora Stowe! No le guardo rencor por esto; al contrario, me parece muy bien. Sin embargo, ¡pudiera usted haber dado con una profesora de pirograbado menos indulgente que yo...!

Vamos a ver... El señor Stowe, ¿es su marido desde hace muy pocos días...? ¿Es un buen mozo, todavía joven, de unos treinta y cinco años...? DORA. Así es, poco más o menos. JULIA. ¿Y usted no sabe aún nada acerca de su carácter ni de sus gustos...? DORA. ¡Dios mío...!

Valga como muestra de lo que digo La cabaña del tío Tomás, de la señora Beecher Stowe, de la que se vendieron en seguida centenares de miles de ejemplares, que se tradujo en todos los idiomas, que tal vez enardeció los sentimientos abolicionistas y que entró por algo en las causas de la tremenda guerra de secesión.

A mi edad, y en mi posición, debe una dedicarse a formar buenas discípulas, ¿verdad...? DORA. Eso depende de las intenciones de usted. JULIA. ¡Oh! Voy a retirarme de los negocios después de no haber hecho fortuna. Ya no valgo para nada. DORA. Tratemos sólo del señor Stowe. JULIA. Es más cómodo.

Sin embargo, tendrá usted que estar sobre aviso, y esta diplomacia no se improvisa. El tiempo en que la mujer está segura de misma dura muy poco; el tiempo en que está segura de su marido dura todavía menos. Hay que prever el minuto en que el compañero es amenazado por el demonio de la saciedad. Porque supongo que el señor Stowe habrá tenido una querida antes de su matrimonio.

Está pidiendo a gritos que lo abofeteen. ¡Tan satisfecho de mismo aparece!... La señora anuncia a una mujer con un rostro que debió ser lindo, y al que una tristeza ya lejana otorga una nobleza especial. Es Julia Duval. JULIA. Es usted la señora Stowe, ¿verdad? Vengo con motivo del pirograbado y del cuero. Estoy a sus órdenes. ¿Qué género de objetos desea usted estudiar más especialmente?

Ya hablaremos de esto más adelante. Siéntese en ese sillón, porque tenemos que decirnos muchas cosas. DORA. ¿Usted qué sabe? JULIA. Hace poco tenía yo un presentimiento. Y pensaba: «Hay una señora Stowe, de Chicago, que vendrá a verme una de estas tardes para pedirme algunas lecciones.