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La niña, de pie aún en el umbral, preguntó nuevamente: ¿Es mamá? Contestole secamente: No, no es mamá. Y echó una severa mirada al arrapiazo. La niña retrocedió unos pasos y luego, adquiriendo valor con la distancia, dijo en su habla característica: Vete, pues. ¿Poqué no te machas? La señora de Galba miraba de soslayo el chal.
Ya cerca de mi, cruzó los brazos, miró la cascada inmóvil, el puente, los árboles, y no abrió la boca. Yo, en tanto, retenía el aliento y me hacía la ocupada en una ramita de pino que acababa de quebrar, pero, sin que él se fijara, le miraba de soslayo. Prima... ¿Primo...? Esperé unos instantes el final del discurso.
Y refirió el caso con sencillez casi infantil, repitiendo las frases que le habían murmurado, más de medio siglo antes, en una fina declaración de amor, que su memoria resucitaba con la imaginación del salón lejano, las figuras ceremoniosas del minué, su propia linda imagen de muchacha vista de soslayo en los altos espejos, y ya indecisos, como en una sombra, los gestos galantes de sus amigos desaparecidos.
Ana, mientras oía, con la frente inclinada, mirando las piedras del patio, sólo podía vislumbrar de soslayo el gabán claro, pulquérrimo del buen mozo.
El Conde, a pesar de todo, quizá porque así fuese, quizá porque el amor propio le engañaba, había creído notar, en gestos imperceptibles, en el ademán, en algo que apenas se había podido ver y que apenas se podía apreciar ni evaluar sino por un entendimiento tan sutil como el suyo y tan perito en las aventuras amorosas, que la casada se le había mostrado menos indiferente y más propicia; que se adivinaba en su cara el contentamiento, la vanidad satisfecha de verse seguida por un joven tan principal y tan gallardo, y hasta que le miró una o dos veces de soslayo y con disimulo, con curiosa simpatía.
Y al llegar aquí se le pusieron delante de la imaginación las carnes de su mujer tales como de soslayo y a escape las había vislumbrado por la mañana, al salir del lecho conyugal.
Hubo otra pausa. Se quedó pensativo y miró dos o tres veces de soslayo a su hermana, como si no se atreviese a manifestarle lo que cruzaba por su mente. Al fin se aventuró a decir: Todavía tengo que pedirte otro favor, Julita. Ya sé cuál es: que escriba a Maximina, ¿verdad? ¡Qué talento tan prodigioso!
Joaquín siguió algunos minutos hablando de aquellas bromas y se despidió. ¡Pobre diablo! dijo Mesía. Es pesado como un plomo. Callaron. Vegallana miraba de soslayo a su amigo de vez en cuando. Don Álvaro iba pensativo. Aquel silencio era de esos que preceden a confidencias interesantes de dos amigos íntimos.
Por fin, le miró de soslayo al través de las hojas, a la manera de un hada, y preguntó: Si bajo y te doy algunas, ¿me prometes mantenerte a distancia? El maestro asintió. ¡Así te mueras si lo haces! El maestro aceptó resignadamente tan terrible maldición. Melisa se deslizó del árbol, y durante algunos momentos no se oyó más que el mascar de piñones. ¿Estás mejor? preguntó con cierto interés.
Al oir aquellos detalles el acusado se mordió los labios para disimular una sonrisa y varios religiosos se miraron de soslayo; otros tosieron á fin de no soltar la carcajada.
Palabra del Dia