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Los recuerdos viven por todas partes en Paris: los barrios situados del otro lado del Sena encierran muchos monumentos y edificios notables. Allí está la celebrada Sorbona, de donde han salido hombres eminentes; la Escuela de Medicina, donde ha brillado últimamente el ilustre español Orfila; la Escuela de Artes, en la que se da muy buena enseñanza.

Visitaban juntas y juntas recorrían las tiendas; tenían el mismo palco en la ópera francesa; iban juntas a los cursos de la Sorbona, y cuando llegó el verano, las dos se establecieron en Deauville, en el mismo pueblo. Fue allí donde acaeció un acontecimiento que debía dejar un recuerdo profundo en el alma de la señora de Maurescamp.

Después me dirigí hacia la Sorbona, donde asistí sucesivamente á varios cursos; tratando de llenar á fuerza de goces espirituales, el vacío que sentía en lo material; mas llegó la hora en que este recurso me faltó y también empezó á parecerme insuficiente. Experimentaba, sobre todo, una fuerte irritación nerviosa, que esperaba calmar paseando. El día estaba frío y nublado.

Con este señuelo, tal vez, no pocos individuos acaudalados de naciones, que en Francia se tienen entre el vulgo por semi-bárbaras, vendrán á París, ya que no á estudiar en la Sorbona, á aprender pornografía en los colegios de la nueva Babilonia. No acuso yo á ningún autor francés de que lleve tal intención; pero la lectura de sus libros produce el mismo efecto que si la llevara.

En tanto que el Aretino, dice despreciativamente, que los pobres son los insectos de los hospitales, Jofre funda en Valencia el primer manicomio que ha existido en el mundo; y Pedro Ponce de León y Juan Bonet, enseñan a leer y escribir a los sordo-mudos: mientras la Sorbona de París, llama a la imprenta arte maldito y manda quemar a Roberto Estienne, por haber puesto números arábigos a los versículos de la Biblia, nuestro cardenal de Burgos, dice que por mucho que escribiera para alabar el arte de impresión de libros no acabaría nunca; y poco después el embajador de España en Roma ruega al rey que no se deje arrebatar el privilegio de la creación de imprentas, y que recabe la independencia y libertad del invento, desde el doble punto de vista de la industria y del derecho: mientras la universidad de Lovaina hace la primera lista de obras prohibidas, dando a los papas la idea funesta del Índice, aquí se exime a los impresores de toda clase de tributos, y las Cortes declaran libre la entrada de libros en España.

Veo que eres el prototipo de los hombres de nuestro siglo, que creen poseer la ciencia infusa; que con pasarse una hora por la mañana en la Cámara, otra en la Sorbona por la tarde y otra en el teatro por la noche, se consideran capaces de eclipsar la gloria de Mirabeau, de Cuvier y de Geoffroy, juzgando todas las cosas desde la altura de su ingenio y dejando caer con desdén sus fallos de salón en la balanza donde se pesan los destinos de la humanidad... ¿Conque ayer te felicitó el ministro? ¡Enhorabuena!

Lo que tiene precisamente de irresistible ese centro, es su atmósfera elevada y purísima, donde el espíritu respira el aire vigoroso de las alturas. La ciencia, las artes, las letras, tienen allí sus más nobles representantes, y una hora en la Sorbona, en el colegio de Francia o en la Escuela Normal, hacen más por nuestra educación intelectual que un mes de lectura...

Certificado de la Facultad de Teología de la Sorbona, expedido por su Secretario en 3 de septiembre de 1603, atestando la pureza de la doctrina católica de Antonio Pérez.

Por entonces abandonó Gabriel el ambiente tranquilo de la librería religiosa. Su fama de humanista había llegado hasta un editor vecino de la Sorbona que publicaba libros clásicos, y Luna, sin salir de la orilla izquierda del Sena, saltó al Barrio Latino para corregir pruebas en latín y griego.

La mayor había pasado una semana hablando de Ulises y la Odisea con un licenciado en letras que agonizaba lentamente, pensando en su tesis de doctor que jamás llegaría á leer en la Sorbona. Mientras tanto, Julieta escribía cartas.