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Imaginábame a Henzar con la espada en una mano, la llave en la otra y en los labios su cínica sonrisa, pero no conocía con certeza sus designios. Pronto salí de dudas.

Antonia procuraba evadir la conversación siempre enojosa; pero el doctor insistió diciendo con alegre y serena sonrisa: Oye, Antoñita, no trates de engañarme, hazte cargo de la realidad. Presiento ya mi fin, y mi alma que, en efecto, está más impaciente que el cuerpo, empieza por abandonar a intervalos este mundo para volar al otro en ensueños y divagaciones.

Para Gabriel, no era esto un descubrimiento. Desde pequeño conocía aquella imagen de mujer hermosa y sensual, con sonrisa mundana, el cuerpo inclinado, la cadera saliente, y en los ojos una expresión de alegría retozona, como si fuese a bailar. El niño, en sus brazos, también reía, y echaba mano al rebocillo de la hermosa como si quisiera descubrirla el pecho.

Había parecido todo el día más glacialmente desdeñoso, y aun en este momento, a solas con su joven y encantadora esposa, en los umbrales de la cámara nupcial, no tenía para su mujer otras caricias que una sonrisa burlona en sus labios y en sus ojos una perversa mirada. Querida mía le dijo de pronto , ¿sois del viejo régimen? ¿Viejo régimen?... perdón... no comprendo.

La niña le dio las gracias con una sonrisa. ¿Te encuentras bien ahora? ¡Oh, ; muy bien, muy bien! ¿Quieres dormir un poco a ver si te pasa ese malestar? No, no quiero dormir... Déjame..., no me hables..., ¡si supieras qué bien me encuentro! Ricardo sonrió satisfecho y le acarició la cara como a un niño.

Maximiliano, como no tenía delante a su tía, se permitió una sonrisa burlona. Miraba en aquel momento a su tío el Sr. de Jáuregui, que le miraba también a él, como es consiguiente. No pudo menos de observar que el digno esposo de su tía era horrendo; ni comprendía cómo doña Lupe no se moría de miedo cuando se quedaba sola, de noche, en compañía de semejante espantajo.

Llegó Demetrio medio borracho y tomó a mirar a Damián, disimulando una sonrisa...

Andaba lentamente, tambaleándose, con las manos extendidas como si temiese tropezar, porque estaba medio ciego, y así llegó sin ver a la marquesa hasta el lecho de Diógenes, y allí comenzó a palpar hasta tropezar con una mano de este; entonces, con sonrisa de niño que contrastaba con sus cabellos blancos, con voz cascada pero dulce, que el asma atroz que padecía tornaba un poco premiosa, dijo muy bajo: ¡Perico..., Periquito..., hijo mío!

Y se la puso en el dedo, dejando caer al suelo el papel. «¡Ah! pensó entonces el duque , ¡no tiene corazón para el amor ni alma para la poesía!, ¡ni aun parece que tiene sangre para la vida! Y sin embargo, el cielo está en su sonrisa; el infierno, en sus ojos, y todo lo que el cielo y la tierra contienen, en los acentos de su soberana vozEl duque se levantó.

El capataz sonreía viendo que el amo y sus acompañantes de sotana o capucha mostraban gran placer en oírle; pero su sonrisa de campesino socarrón, no llegaba a saberse si era de burla o de agrado por la confianza del señor.