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Aquel viejo que viene allí: ¡mírale qué serio viene! ; el de la casaca verde, ¡va bueno! Dejad, dejad. ¡Pum! en el sombrero. Seguid hablando y no miréis. Efectivamente, el sombrero del buen hombre produce un sonido seco: el acometido se para, se quita el sombrero, lo examina. ¡Ahora! dice la turba. ¡Pum! otra a la calva.

Al primer sonido de esa voz, Roberto se dio media vuelta bruscamente, y entonces se quedaron un rato frente a frente sin hacer un movimiento, sin articular una sílaba. Yo temblaba; hacía dos días que acechaba ese momento, y he ahí que el resultado burlaba lastimosamente mi espera. Al fin se acercaron lentamente el uno al otro y se besaron.

Haces muy bien, hija mía dijo, y su voz tomó de pronto un sonido metálico, como una trompeta de guerra, haces muy bien en atender a tu pobre hermana enferma, pero puedes marcharte, tu presencia es inútil ahora; soy yo quien va a quedarse aquí. «Espérate, ahora mismo vas a encontrar la horma de tu zapato» exclamé mentalmente.

Aparecía lo demás oscuro y solitario, teniendo todo ello un aspecto de inquietud, de vista panorámica, que completaba allá muy lejos, desde un cuarto piso, el sonido de un mal piano, en que unas manos aleves asesinaban la inmortal cavatina de Bellini Casta diva ché inargenti...

4 Su parecer, como parecer de caballos; y como gente de a caballo correrán. 5 Como estruendo de carros saltarán sobre las cumbres de los montes; como sonido de llama de fuego que consume hojarascas, como fuerte pueblo aparejado para la batalla. 6 Delante de él temerán los pueblos; se pondrán pálidos todos los semblantes.

Me acuerdo, en efecto, del tiempo... ¿Qué hombre no ha sido presa alguna vez de los errores de la adolescencia frívola, crédula y desocupada?... El roce de un vestido o de un chal, el movimiento de una pluma flotando entre los cabellos de una mujer, el juego de luz que centellea sobre la pedrería de su peinado o de su pecho, la melodía de una voz de ángel que el viento hace llegar de lejos, a través de todos los ruidos y cuyo sonido vibra largo tiempo, la menor cosa basta entonces para absorber todos los pensamientos y para suspender toda la existencia.

Al fin pronuncié su nombre y me sobrecogí de espanto, de tal modo que el sonido de mi propia voz me pareció extraño y lúgubre.

¿Qué es lo que pasa el río sin hacer sombra? El sonido de las campanas. 15 ¿Qué es lo que se deja quemar por guardar un secreto? El lacre. ¿Qué es lo que va de Madrid a Zaragoza sin moverse y sin dar un paso? La carretera. ¿Cuándo entran los perros en las iglesias? Cuando están 20 abiertas las puertas. ¿Porqué es una mujer deforme cuando está remendando sus medias?

Un accidente noté que prestaba extraña tristeza a la situación: era el canto de los gallos que a lo lejos se oía, anunciando la aurora. Jamás escuché un sonido que tan profundamente me conmoviera como aquella voz de los vigilantes del hogar desgañitándose por llamar al hombre a la guerra.

Su voz tenía el sonido débil y dulce de una lejana campanilla de plata; y en el silencio del salón se desarrollaba su palabra con cierta unción evangélica, como si al hablar pasase ante sus ojos la visión de un mundo mejor, de la sociedad perfecta del porvenir sin opresión ni tristezas, tantas veces soñadas en la soledad de su gabinete de estudio.