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Pero ya sonaban públicamente algunas acusaciones contra él; ya se decía que había pertenecido á la camarilla: ya se le indicaba como conspirador, y más de una vez se vió amenazado por gentes que pretendían conocerle ó le conocían en efecto.

Sonaban las tres, cuando el Padre Montero y yo, empezamos a recorrer el salón de cabildos, las sacristías mayor y menor, la clavería, el camarín de Nuestra Señora de las Rosas, el vestuario y demás dependencias.

Contrariado Morsamor, se sentó en una silla en el rincón más obscuro de la estancia y casi a los pies del lecho con colgadura que había en ella. En medio de sus cavilaciones, oyó o creyó oír de súbito voces y carcajadas que a lo lejos sonaban por el lado derecho del sitio en que estaba él.

Cada vez que sonaban pasos en la escalera ó chirriaba la verja del ascensor, el barbudo marino se estremecía con una inquietud infantil. Deseaba esconderse y al mismo tiempo quería mirar, por si era ella la que llegaba. Los huéspedes que vivían en el mismo piso le fueron viendo, al retirarse á sus cuartos, en las más inexplicables actitudes.

Bajó la escalera precipitadamente, montó en el coche y se dejó caer en un rincón. Pero allí su agitación fue en aumento, tenía toda la sangre acumulada en las mejillas; latían sus sienes, temblaban sus manos, sonaban en sus oídos aquellos requiebros delicados en la superficie, en el fondo desvergonzados. Lentamente se despojó del guante de la mano izquierda que acababa de ponerse.

En fin; tómese todo el tiempo que necesite, y reflexione bien antes de resolver. Sin embargo, el oído y la atención de Carolina estaban fijos en las voces que sonaban en la entrada. De repente, se abrió la puerta y el criado anunció: La señora Galba y el señor Robinson.

Era tan rastrero y cobarde, que, á pesar de su ira, habló para fulminar anatemas contra los que aún soñaban con la restauración del absolutismo. El atentado de esta noche se ha reprimido dijo el ministro. ¡Quiera Dios que podamos impedir los que traten de perpetrar mañana! Es preciso buscar en su origen el remedio de este mal.

Sonaban sus colas al dar unas contra otras con ruido como el que harían huesos durísimos entrechocándose. Cuando tuvieron rodeado el banco, se detuvieron como si quisieran asegurarse de la clase de enemigo con quien tenían que habérselas.

La chiquillería asomábase con ávidos ojos, y corría después a dar cuenta a sus madres de este banquete de reyes: Mi dai: en casa del Mochuelo toman callardó. Dicen que han hecho un buen chambo. Y las madres suspiraban con envidia. ¡Qué suerte la de algunas gentes! En otras casas sonaban gritos desesperados, estrépito de lucha, golpes en las paredes.

Marta, con la cabeza apoyada en el regazo del joven y la cara vuelta al cielo, hacía rodar sus grandes y límpidos ojos continuamente por la bóveda azul, con el oído atento a los graves rumores que debajo de ella sonaban. El viento fresco del mar no había conseguido aún apagar el ardor de sus mejillas. ¡Atiende! dijo de pronto . ¿No oyes?... ¿Qué?