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Fuera de la alquería, por la parte de la torre, sonaban tiros. ¡Otro ataque al señor, lo mismo que dos noches antes!... Pepet, al escuchar los últimos disparos, pareció alegrarse. Eran de don Jaime: conocía el estampido de su revólver. Pep había encendido el farol que le servía para salir al campo, su mujer cogió el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin pensar en el peligro.

Isagani ha oido ecos lejanos preguntándole por don Tiburcio de Espadaña, el nombre de Juanito Pelaez, pero le sonaban á campanadas que se oyen de lejos, voces confusas percibidas durante el sueño. Fué necesario advertirle que habían llegado á la plaza de Santa Cruz. La sala de la «Pansitería Macanista de buen gusto» ofrecía en aquella noche un aspecto estraordinario.

Añadióse a toda esta tempestad otra que las aumentó todas, que fue que parecía verdaderamente que a las cuatro partes del bosque se estaban dando a un mismo tiempo cuatro rencuentros o batallas, porque allí sonaba el duro estruendo de espantosa artillería, acullá se disparaban infinitas escopetas, cerca casi sonaban las voces de los combatientes, lejos se reiteraban los lililíes agarenos.

Don Pantaleón dejó caer el compás que tenía en las manos y le siguió, esforzándose inútilmente en alcanzarle. Corrieron hasta que la fatiga les obligó a detenerse. Volvieron la cabeza, y observando que el desconocido no los seguía, se calmaron un poco. El estallido de unos cohetes les hizo comprender que el pueblo estaba cerca, y se dirigieron hacia el sitio donde sonaban a paso largo.

La señorita se va y nos deja... Pues hati cuenta que pa nosotros cayó la noche encima y que no amanece más. ¿Verdad, amigos...? Vosotros bien sabéis que cuando allá por detrás de los chaparros y las matas sonaban los tiros que disparaba la señorita, cuando oíamos su voz llamando a los perros, al que más y al que menos de nosotros le bailaba el corazón dentro del pecho como si quisiera salir a su encuentro.

Del río y de la selva brotaba el concierto misterioso con que las aguas, las plantas y los animales daban su adiós al día. Sonaban á lo lejos las esquilas de los ganados y el último tiro del fatigado cazador, mientras que en las cumbres de los montes resplandecía la hoguera de los pastores y modulaba el viento lánguidos sollozos que parecían el lejano murmullo de Madrid.....

¡Qué emociones debían de ser aquéllas! Y Bautista y Martín soñaban con el placer de atacar y de huir, de bailar en las fiestas de los pueblos y de robar en los Ayuntamientos, de acechar y de escapar por los senderos húmedos y dormir en una borda sobre una cama de hierba seca... ¡Barbarie! ¡Barbarie! replicaba a todo esto el gascón.

Con tales ilusiones se fabrica el valor... «¿Y esto es todo?», parecían decir sus ojos. Recordaba con cierta vergüenza su refugio en el «abrigo»; se reconocía capaz de vivir allí, lo mismo que René. Sin embargo, los obuses alemanes eran cada vez más frecuentes. Ya no se perdían en el bosque; sus estallidos sonaban más cercanos. Los dos oficiales cruzaron sus miradas.

»En el salón inmediato aguardaba mi abuelo, que, en honor mío, había hecho aquella noche «la calaverada» de ir a admirarme «vestida de pecadora». Al verme aparecer, se quedó como asombrado. Pensé yo que se escandalizaba, y me cubrí el seno con el abanico. Me dijo a su modo muchas cosas, que tan pronto me sonaban a ponderaciones entusiásticas, como a lamentos de pesadumbre.

Eran tétricos personajes escapados de un auto de fe, mascarones cuyas colas negras parecían esparcir en su arrastre perfumes de incienso y hedor de hoguera. Sonaban los lamentos de cobre de las largas trompetas, rasgando el silencio de la noche.