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Ahí la tienes en el centro del blanco, y así lo esperaba desde que la salir de tu mano. ¡Buen arquero, muchacho! Tirad siempre de la cuerda lentamente y por igual y soltad la flecha sin mover la mano, pero de pronto, dijo Simón.

Lo dicho, bella Constanza, estáis en mis tierras y no saldréis de ellas sin pagarme el tributo de vuestra hermosura. ¡Soltad, villano! exclamó ella. ¿Es esta vuestra hospitalidad? ¡Antes la muerte que cederos! ¡Soltadme, ó si no!... ¡Á , doncel! gritó desesperadamente al ver á Roger. ¡Amparadme, por Dios!

Reid la carcajada de la felicidad, soltad vuestras campanas, que repiquen a gloria, que suenen alegría, que lleguen sus tañidos a esta mansión dichosa, que besen vuestras almas con sus sueños de rosa.

¿Pero no me amáis? ¡Ay!... ¡!... exclamó doña Catalina tendiendo lánguidamente su mano y de una manera instintiva á Quevedo. ¡Ah! exclamó Quevedo, apoderándose de aquella mano ; ¡y cómo me da la vida vuestro amor! Soltad, que estas monjas son muy curiosas, y siempre están en acecho. Decís bien; siempre andan alrededor de los del mundo, que se les acercan como el gato alrededor de las sardinas.

¡Cuerpo de Baco! exclamó aquel hombre , ¿venís ú os disparan, tío? Aquel hombre era don Francisco de Quevedo. El bufón no le contestó: por cima del hombro de Quevedo había visto un paje talludo, rubicundo, que llevaba sobre las palmas de las manos una vianda adornada con yerbas verdes. ¡Allí tal vez!... ¡en aquel plato!... dijo el bufón ¡soltad, vive Dios, ú os mato!...

Pero toda idea de reconciliación había desaparecido de la mente del doncel, que acudió rápido en auxilio de la joven y enarbolando su grueso bastón gritó: ¡Á podréis decirme lo que queráis, pero hermano ó no, juro por la salvación de mi alma que os mato como un perro si no respetáis á esta dama! ¡Soltad, ú os parto el brazo!

Soltad, ó grito. Pueden conoceros por la voz. ¡Traen luces y nos verán! Allí hay unas escaleras. Y luego se oyó el ruido de las pisadas de Quevedo hacia un costado de la galería. Luego no se oyó nada, sino los pasos de algunos soldados que iban á hacer el relevo de los centinelas. Uno de ellos llevaba una linterna.

Soy el hombre más desdichado del mundo añadió el cocinero. Aguantad vuestro aprieto como yo aguanto el mío; y basta de bromas y soltad, y adiós. Y escapó. Hijo Marchante dijo el cocinero mayor precipitadamente á uno de los soldados , métete con eso en la portería del señor Machuca, y guárdalo como guardarías á su majestad, mientras yo vuelvo. Muy bien, señor Francisco dijo el soldado.