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Antonia bajó al jardín. Allí encontró a Amaury sentado en el mismo banco en que había dado a Magdalena el último beso que fue la causa de su muerte y mordiendo desesperado el pañuelo como queriendo impedir que se escapasen de su pecho los sollozos que le ahogaban. Amaury dijo la joven tendiéndole la mano que él, emocionado, estrechó en silencio nos da usted mucha pena a mi tío y a .

El Delfín tocó en los cristales, diciendo: «Si no hay motivo para tanta bulla... Nena, nena negra, abre... Ten calma y no te sofoques... ¡Bah!, siempre eres así...». Pero de dentro de la alcoba no venía ninguna respuesta, ni una voz siquiera. Juan aplicó el oído, creyendo sentir sollozos... gemidos sofocados.

¡Madre de mi alma! gritó la dama cayendo de rodillas deshecha en sollozos . ¡Yo no quiero que muera, no!... He sido muy mala ... pero siempre la he querido ... y la he respetado....

Escuchóla don Fernando sin replicalle palabra, hasta que ella dio fin a las suyas y principio a tantos sollozos y suspiros, que bien había de ser corazón de bronce el que con muestras de tanto dolor no se enterneciera.

La joven fue derecha al cuarto de su padre y se encerró en él durante largo rato. Nadie supo lo que pasó dentro. Los que a la puerta esperaban oyeron sollozos, frases confusas pronunciadas en tono colérico, ruido de sillas.

He llorado otra vez con mucha amargura, y los sollozos que me sofocaban me han impedido continuar.

Zuzie, ¡sois vos, mi Zuzie! ¡Qué bien habéis hecho en venir! Sentaos aquí, junto a , muy cerca de . Y se recostó como un niño en los brazos de su hermana, acariciando con su cabeza ardiente los frescos hombros de Zuzie; después, de repente, se echó a llorar, con grandes sollozos que la sofocaban. Bettina, mi querida Bettina, ¿qué tenéis? Nada, nada... son los nervios... es la alegría.

Tranquilízate; aún la tendremos veinticuatro horas en nuestra compañía y yo te prometo que estarás presente cuando muera. Amaury dejó caer la cabeza sobre el reclinatorio, prorrumpiendo en sollozos. Haría un cuarto de hora que allí estaban de ese modo cuando se abrió la puerta del oratorio y entró el sacerdote. Al ruido de sus pasos volvió Amaury la cabeza y le preguntó: ¿Qué hay?

Levantose el padre de Magdalena; pero ésta hizo un ademán de súplica tan insinuante que volvió a sentarse ocultando la frente entre sus manos. Reinó un largo silencio que sólo interrumpía Amaury con sus sollozos. Las cosas volvían al mismo estado que dos semanas atrás; pero con la diferencia de que el nuevo accidente había sido una grave recaída. «¿Viviré o moriré?

La otra meneaba vivamente la cabeza, intentando decir entre sollozos: No..., no..., no... Es que Pepe... Pues bien, ¡no le digas nada!... ¿Quieres que vaya?... Pues iré, iré de mil amores... ¿Cómo había yo de imaginarme que iba a causarte esa pena?