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¡Ah gitano, macareno! exclamó, mirándome al mismo tiempo con sorpresa y cariño . Venga... Lo guardo... Ten por seguro que no escapas vivo si me haces traición. Casi me entran ganas de hacértela por el gusto de morir a tus manos. Pasó del dolor a la alegría instantáneamente. Las carcajadas se sucedieron a los sollozos.

Kassim se levantaba al oir sus sollozos, y la hallaba en la cama, sin querer escucharlo. Hago, sin embargo, cuanto puedo por ti, decía él al fin, tristemente. Los sollozos subían con esto, y el joyero se reinstalaba lentamente en su banco. Estas cosas se repitieron, tanto que Kassim no se levantaba ya a consolarla. ¡Consolarla! ¿de qué?

Los perros, entonces, sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos, al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro ladraba.

Amorosas porfías tal vez alcanzan imposibles cosas; y ansí, aunque con las mías sigo de amor las más dificultosas, no por eso recelo de no alcanzar desde la tierra el cielo. Aquí dio fin la voz, y principio a nuevos sollozos Clara. Todo lo cual encendía el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto y de tan triste lloro.

La dió un beso más apretado en la frente y se puso a llorar, con sollozos convulsivos que sacudían todo su cuerpo. Entonces, Susana se asustó. ¿Qué tienes, mamá? ¿qué ha pasado? Misia Gregoria no contestaba; su llanto era tan copioso, tan sentido, que no podía hablar. Y Susana, afligida, repetía: Mamá, ¿por qué lloras? dime, ¿por qué?

¡Pobre gente!... Les quiero yo mucho a todos. Aquí tienes a Marta, que quiere despedirse. Acércate, Marta... ¿Te vas conformando ya?... ¡Qué remedio tengo, María! repuso la niña pugnando por reprimir los sollozos.

Las hermanas de Lorenzo llevaron los pañuelos a los ojos y en medio de un silencio de sollozos el padre de aquél se dirigió pausadamente hacia el escritorio en el que penetró despacio... ¡Sólo usted... sólo usted es capaz de este sacrificio! Qué sacrificio, señora, si Lorenzo es para un hermano. Y usted es para un hijo desde hoy.

Hable, Judit; hable por favor exclamó el pobre joven. Pero la desgraciada no podía: los sollozos ahogaban su voz. Arturo cayó de rodillas. Ella no pronunció una palabra, pero lloraba, y el joven creyó que aquellas lágrimas eran su mejor justificación. ¿Me ama usted, pues, aún?... ¿No ama a nadie más que a ?... repuso ella, tendiéndole una mano.

Pero al cabo de poco rato la niña sintió dos tiernos brazos que la estrechaban contra un pecho palpitante y conmovido por los sollozos desgarradores. ¡No llores, mamá! murmuró Carolina, recordando como en sueños la conversación pasada. No quiero que llores. Creo que me gustaría un nuevo papá si te quisiera mucho... mucho... y me quisiera mucho a .

Raquel, que solía tener pesadillas penosas, lloraba ahogada por la angustia; pero cuando Adriana se abrazó a ella y consiguió despertarla, por largo rato no pudo substraerse al terror de su sueño. La agitaban ligeros sollozos, y los hermosos ojos empañados por el llanto, miraban sin comprender. Adriana le acariciaba los cabellos, y murmurando palabras de cariño, procuraba apaciguarla.