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Cuando llevaron a la culpable al despacho del jefe, lo primero que hizo fue llorar sin responder; y al cabo, hostigada ya, asaeteada a preguntas, se resolvía a confesar que «el marido» la abría a golpes si no le llevaba todos los días tres cigarros de a cuarto.... La Comadreja, con su carilla acutangular, cómicamente fruncida, remedaba a la perfección los entrecortados sollozos, el hipo y las súplicas de la delincuente.

Con el rostro oculto y sacudida, por los sollozos, pronunciaba palabras incomprensibles; mientras su hijo repetía, asiéndola de los hombros: ¡Alzaos, madre; alzaos! ¿Qué os pasa? ¿Qué os hace llorar? Ella levantó por fin su empapado rostro, y después de un instante: Una gran desdicha respondió, la más grande, la más cruel que podía acaecerme: ¡tu olvido de Dios, Ramiro; tu perdición!

Sentí más honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve. ¡Inés! llamé. Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien, porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le hacía mi amor, esta vez , inmenso amor! No, no... me respondió. ¡Es demasiado tarde! Padilla se detuvo.

Algo más tranquila ya sobre la suerte su padre, ella pensaba en misma y lloraba y lloraba ahogando sus sollozos para que el viejo no los oyese.

Nosotros, con el corazon desgarrado al oir aquellos sollozos, nos quedamos estáticos delante de aquel grupo interesantísimo. El labriego aturdido siguió á su mujer, y á los cuatro ó seis pasos de distancia, bajó la cabeza y dejó caer ambos brazos.

Lo que había dicho Angela, era cierto: se iban a la estancia, en junio, en el rigor del invierno, porque su padre... su padre estaba arruinado, y su hermano arruinado, y todos, todos, absolutamente arruinados. La ahogaron los sollozos. Pasó mucho tiempo sin que pudiera hablar, sorda a las palabras de su hija, que se esforzaba en animarla, mostrando cristiana resignación. ¡Estaban arruinados!

Entonces, le dije al fin levantándome creo que lo más discreto es que no vuelva más a verla. Creo lo mismo me respondió. Pero no me moví. ¿Nunca más? añadí. No, nunca... como usted quiera rompió en un sollozo, mientras dos lágrimas vencidas rodaban por sus mejillas. Al acercarme se llevó las manos a la cara, y apenas sintió mi contacto se estremeció violentamente y rompió en sollozos.

Mi hijo sólo se interesaba por una mujer: su madre; y aparte de ella, los automóviles, los aeroplanos, los deportes... Todos estos muchachos fuertes é inocentones parecían adivinar lo que les esperaba... Fué extinguiéndose la momentánea serenidad con que había hecho el relato de este período feliz. Siguió hablando con voz sorda, entrecortada por sollozos.

Llegóse el día de la partida de don Antonio, y el de don Quijote y Sancho, que fue de allí a otros dos; que la caída no le concedió que más presto se pusiese en camino. Hubo lágrimas, hubo suspiros, desmayos y sollozos al despedirse don Gregorio de Ana Félix.

Se había sentado sobre el borde de la cama y con la mirada fija en el suelo permaneció algunos minutos inmóvil, abstraído. Clara le contemplaba con expresión ansiosa que por momentos se iba haciendo más dolorida. ¡Es raro! ¡es raro! murmuró al cabo como si se hablase a mismo. ¿El qué es raro, Tristán? profirió ella con voz angustiada que parecía haber pasado entre sollozos.