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A sus pies estaban Roberto y el anciano médico. Roberto se ocultaba el rostro entre las manos; los sollozos sacudían su cuerpo. El anciano fijó en su mirada penetrante; por un instante creí otra vez que leía hasta el fondo de mi alma y que mi falta se exhibía abiertamente ante él.

Aquella mirada desmayada y vidriosa, fija con expresión agradecida en el grupo de mujeres, acabó con la falsa serenidad de éstas, y estallaron los sollozos y las exclamaciones de desconsuelo. Era ridículo llorar la muerte de un caballo; señor, ellas Lo reconocían.

Entonces la joven, arrebatada de gloria y entusiasmo, se abrazó a las rodillas del Señor y las inundó de lágrimas, diciendo entre sollozos, como la esposa del texto sagrado: Mi alma se ha derretido cuando habló mi amado. Y poco a poco sus brazos, anudados al cuerpo de Jesús, fueron subiendo hasta estrecharle el cuello.

Allí quedaba, silencioso, tranquilo, el que había sido su paraíso en la tierra. Jamás, jamás volvería a entrar en él. ¡Cuánta felicidad deshecha en un instante! Tomó la maleta que había dejado caer al suelo y emprendió de nuevo la carrera. Los sollozos le rompían el pecho, las lágrimas le cegaban. Así marchaba aquel hombre al través de la noche desierta en busca de Dios.

«No, no, no murmuró luego entre sollozos tales que parecía que se ahogaba . A no me puede perdonar, a no, porque he sido muy arrastrada, pero mucho, y cuanto pecado hay, chica, lo he cometido yo... Y si no, di uno, nómbrame el que quieras, y de seguro que lo tengo metido aquí...».

Ha muerto lo mismo que un pájaro decía con largas pausas, cortando las palabras con sollozos . Su madre lo tenía sobre las rodillas.... Yo trabajaba... «¡Antonio, Antonio! me grita ; veas qué tiene el chico; mueve la boca, hace muecasAcudo. Tenía la cara ennegrecida... como si la cubriese un velo.

La leyenda nos dice que en otro tiempo los ruidos confusos que salían de esas profundidades eran gritos de desesperación, sollozos de víctimas. El agua del pozo cubre un lecho de osamentas. Aparto con esfuerzo mis ojos del microscopio que los fascina, y los dirijo á la masa cuadrada de la torre del homenaje, que brilla á toda luz.

Los brazos que se juntaban indiferentes en torno de la dormida criatura, comenzaron a temblar y a estrecharla convulsivamente. Y después, con un impulso profundo, potente, prorrumpió en sollozos, y atrajo hacia su seno a la niña una y otra vez, como si quisiese sustituirla a la que allí había guardado en otro tiempo.

Dio dos o tres pasos por la sala, sonose con fuerza y logró dominar la emoción que oprimía su garganta y que estuvo próxima a reventar en sollozos. El carruaje estaba ya en la puerta. Petrilla, con su traje de gala debía acompañarme hasta C * y dejarme en brazos de mi tío. Conducíanos el arrendatario, porque Susana, entregada a su dolor, permanecía provisionalmente al cuidado del Zarzal.