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En los comienzos, teniendo aún como quien dice en los ojos las elegancias de las modistillas y de las señoras de Nancy, no concedió Francisco mucha atención a las gracias campesinas de su hostelera. Pero, en una soledad como la de Val-Clavin, una mujer joven, junto a la cual se vive mañana y tarde, acaba por ejercer una atracción lenta y segura.

La infinita tristeza del crepúsculo en aquel sitio tan lleno de soledad, penetraba hasta lo más íntimo en el espíritu del inspector general y una honda amargura le subía a los labios: «¡Demasiado tarde! pensaba. ¡Es demasiado tarde!... ¡No se recomienza la vida cuando se quiere!...»

No seas pelmazo, hombre; ya sabes que Soledad no se divierte bailando dijo Paca á su consorte. ¿Y por qué no se ha de divertir, haciéndolo con tanto primor? insistió el señor Pepe. Pues porque no se divierte. ¿Te figuras que va uno á gozar con lo que á otro se le antoje? Bien está; pero aunque no se divierta, Soledad es muy amable y le gustará que sus amigos se diviertan.

De este cuadro dichoso están ausentes los ascetas que acompañaban en la soledad las penitencias del Bautista. Cuando Jesús habla de los que a él le siguen, los compara a los paraninfos de un cortejo de bodas.

Porque, á medida que Soledad se hacía más reservada, sus raros momentos de expansión adquirían mayor atractivo, tenían un sabor exquisito que le resarcía de su creciente frialdad. Cuando esto acaecía quedaba anonadado, como si fuese la mayor desgracia que pudiera sobrevenirle, y se apresuraba á conjurarla por los medios que estaban á su alcance.

Es inútil: debo morir... Tengo derecho á que me fusilen... He causado muchos daños... Me horrorizo de misma al recordar todos los delitos consignados en la sentencia... ¡Y aún hay otros que ignoran!... La soledad me ha hecho conocerme tal como soy. ¡Qué vergüenza!... Debo irme: todo lo he perdido... ¿Qué me queda que hacer en el mundo?...

Por lo demás, ya íbamos divisando en la soledad de aquellas tierras algunos labradores que araban tranquilamente, y que nosotros no podíamos imaginar de dónde habían salido ni á qué hora se habían levantado para estar allí tan de mañana.

Allí todo es hóstil, hasta el aire que se respira: tan pronto como se pierde de vista la ciudad y empieza el interminable y cada vez más escabroso camino de la sierra, se experimenta esa sensación de malestar que produce siempre la cercanía del peligro: los árboles, los peñascos, la selva virgen, el boscaje enmarañado, el negro abismo que obliga á cerrar los ojos para sustraerse al vértigo... y la soledad, la horrible y angustiosa soledad que oprime el corazón y pueblo el cerebro de horripilantes imágenes y el alma de tristes presentimientos.

Retiróse á una soledad, en donde pasó el resto de sus días en prácticas piadosas y en ejercicios expiatorios, muriendo en olor de santidad. Un escritor de esa época refiere que, á su muerte, tocaron por mismas las campanas, y que, al dar sepultura á su cadáver, sucedieron otros milagros.

Aqui, trascurridos pocos meses, la compañera que habia elegido pasó á mejor vida, dejándole de nuevo en la antigua soledad y lleno de tristeza.