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Confieso que le he ofendido gravemente... Fue un momento de obcecación... una tentación del demonio... Pero yo siempre le he querido... y le quiero... No tengo inconveniente en humillarme, en pedirle perdón de rodillas... Ya ve usted, padre, si no le quisiera no me humillaría... ¡Me horroriza la idea de no obtener su perdón, de morir lejos de él sola, maldita! ¡Ah, qué porvenir tan espantoso!... Si mucho he pecado, crea usted que mucho he padecido en estos últimos tiempos...

Me condujo a lo largo del silencioso claustro, en medio del cual había un maravilloso pozo medioeval de hierro forjado, y después por interminables corredores de piedra, cada uno alumbrado por una sola lámpara de kerosene, lo que hacía parecer más sombría y melancólica la casa.

Y no sólo no logró este favor, sino que poco a poco la joven evitó que él se propasase a lo primero, hablándole siempre delante de gente. Un día que la encontró sola en el comedor, se dijo con íntimo gozo: «Esta es la mía.» Y, acercándose a ella cautelosamente por detrás, le dio un sonoro beso en el cuello.

Ningún motivo tenía para sospechar de su mujer, cuya conducta era absolutamente correcta. Doña Lupe y él convinieron en que jamás Fortunata saldría sola a la calle, y esto se cumplía al pie de la letra. Pero ni con tales seguridades acababa de tranquilizarse.

Una sola condición ponían a este sacrificio: que no se casase. Formando nueva familia rompía aquel lazo filial, dejaba de ser su orgullo; la ola perfumada del mundo ya no llegaría al tétrico rincón de su almacén.

Don Baltasar encontró llano lo que había creído insuperable, fácil lo imposible, próximo lo que nunca podía llegar, trocado en ventura lo que antes sólo había sido para él angustias y desvelos, y desesperación y lágrimas, que a tanto puede llegar un error creído verdad por el deseo. ¿Pues cómo a ese cruel enemigo de mi madre y mío, no se le representó que una señora tan de tal nobleza y tal y tan grande crianza como lo era mi madre, no podía dar en la liviandad de asistir a una música que un mal respetador de su honra la daba, en sus miradores, y dejándose ver, y aun no sola, sino acompañada de sus doncellas, como para hacerlas testigos de su desvergüenza?

Con los años de vida que se aleja, una ilusion tras otra desparece, y hasta el rastro de fuego que en deja tambien año tras año palidece. Una sola, no más, conservo entera, refugio fiel donde mi se escuda, y esa ilusion bendita, la postrera, hoy viene á arrebatármela la duda. ¡Dios! ¿Dónde está?

Resuenan los piquetazos de los albañiles; traquetea un carro... Camino dos pasos más y salgo al campo. La campiña se aleja con sus bancales de sembradura; una línea gris, de olivos cenicientos, cierra el horizonte... La mesonera me ha llevado a un diminuto cuarto, cerrado por una cortina, sin ventanas, con la sola luz de la puerta.

Bailaron la muchacha y el panadero toda la tarde con gran entusiasmo. Carlos esperó a que la Ignacia se encontrara sola y la insultó y la echó en cara su coquetería y su falsedad. La muchacha, que no tenía gran inclinación por Carlos, al verle tan violento cobró por él desvío y miedo.

Aun cuando la religión no nos diera más que esta fe en el renacimiento del pasado, deberíamos bendecir a ella y a su fundador. ¡Y quién no tiene en este mundo seres queridos que espera ver en el otro! 24 octubre de 1825. Me encuentro sola en la casa, arreglándolo todo y disponiendo su cierre. Ayer salieron todos para la ciudad acompañando a mi esposo.