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Aspiramos un momento con delicia la atmósfera cargada de emanaciones vegetales, y luego el grupo de islas empieza a perderse en el horizonte, desvaneciéndose como una ilusión. Estamos en los trópicos; el calor comienza a ser sofocante y las largas horas que se extienden del almuerzo a la comida, son realmente insoportables.

Era como si se hubiere abierto una ventana por donde penetrara un aire más puro en la atmósfera densa y sofocante de su estudio, donde su vida se iba consumiendo á la luz de la lámpara, ó á los rayos del sol que allí penetraban con dificultad, y donde aspiraba solamente el olor enmohecido que se desprende de los libros.

No se renuncia porque la fortuna haya favorecido a un tirano durante largos y pesados años; la fortuna es ciega, y un día que no acierte a encontrar a su favorito entre el humo denso y la polvareda sofocante de los combates, ¡adiós, tirano!; ¡adiós, tiranía!

La colcha de damasco sube y baja con un compás monótono que incita á dormir. La atmósfera, cada vez más encendida y sofocante, empieza á verse surcada por algunos insectos alados que zumban con tonos agudos y mareantes. El reloj hace coro, cual otro insecto, con levísimo tic tac, al zumbido de sus compañeros. Una que otra vez se oye el chasquido de las maderas de la cama ó de los armarios.

Una orquesta, oculta en uno de los grandes cenadores, tocaba con brío aires nacionales. Lo mismo damas que caballeros, empujados por el calor que era sofocante, atraídos también por la belleza del espectáculo, salieron de casa y se diseminaron por los jardines. Los pollos consiguieron llevar a algunas muchachas hasta las inmediaciones del cenador, donde estaba la orquesta, y se pusieron a bailar.

En el emparrado, Martín recibe a Gertrudis con reproches afectuosos: tiene un hambre de lobo y la cena no está servida todavía. Gertrudis se dirige apresuradamente a la cocina. Cenan en silencio. Los dos jóvenes no alzan los ojos del plato. Un calor sofocante, intolerable, pesa sobre la tierra.

Sintió pasos detrás de él, volvió la cara, vio a Tiburcio que le seguía dispuesto a ayudarle, y con mirada expresiva se lo agradeció sin pronunciar palabra. No era menester que la pronunciase; Tiburcio lo había adivinado todo y se puso delante de Morsamor, como para servirle de guía. Así llegaron a la cámara, donde yacía muerto Abdul ben Hixen. El humo era sofocante.

Nada más caliente y sofocante que el escritorio de don Eleazar en el verano: nada más frío también en el invierno, en que teníamos que pasar la noche y el día escribiendo, de pie sobre las baldosas desnudas y húmedas del piso.

El calor era grande, a pesar de hallarse entreabiertos los balcones. La atmósfera, sofocante y cargada de un desagradable olor, mezcla del perfume de pomadas y esencias con los efluvios de los cuerpos que ya transpiraban. En esta mixtura de olores predominaba el aroma acre de los polvos de arroz. Doña Gertrudis, según costumbre cotidiana, se había dormido profundamente en la butaca.

Había llegado el calor, y sus trajes de invierno, aunque raídos, les abrumaban con peso sofocante. Vistiéronse los dos de negro en los establecimientos baratos de la calle de Toledo. Feli, en este segundo equipo, ya no se permitió capricho alguno. ¿Para qué adornarse? El embarazo desfiguraba su cuerpo débil y delicado. Pasaba semanas enteras sin salir de su habitación, sin asomarse a la ventana.