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Ya te he visto bailando con mi sobrinita le dijo . ¿Por qué no le haces el amor? ¿Para qué? Para casarte. ¡Horror! Pero chica, ¿qué te he hecho yo para que me aborrezcas tanto? Vamos, ven aquí. Has de ser formal dijo ella poniéndose grave, adoptando un aire maternal . Esperanza no es hermosa, pero tampoco desagradable. Tiene la frescura de la juventud y está enamorada de ti ... me consta....

Me parece que repuso la mendiga, sintiendo de nuevo una gran confusión o vértigo en su cabeza. Alto, bien plantado, hábitos de paño fino, ni viejo ni joven. ¿Y dice que se llama D. Romualdo? D. Romualdo, señora. ¿Será... por casualidad, uno que tiene una sobrinita nombrada Doña Patros? No cómo la llaman; pero sobrina tiene... y guapa. Pues verá usted mi perra suerte.

Pero, esto no es una desgracia, ¿verdad? la pobreza es la menor de las desgracias... Dígame algo, tía, dígame que quiere mucho a su humilde sobrinita...

Bajando la voz, añadió al oído del joven: Ese pobre se curará en otro campo distinto del que usted va a visitar... Adiós, querido, adiós. Andrés Heredia perdió en la niñez a su padre, magistrado del Tribunal Supremo, que había tenido la flaqueza de casarse, ya viejo, con una sobrinita de diez y ocho años.

Sólo de vez en cuando entregaba á éste en silencio algún dinero. En silencio también lo recibía su cuñado y lo entregaba después á quien iba destinado. La compañía de su sobrinita María, que comenzó á pasar largas temporadas en Oviedo y por último casi vino á vivir enteramente, alegró aquella casa sepulcral. La niña parecía tenerles amor y acomodarse bien á sus costumbres y manías.

¡Pobre sobrinita! Los hombres que aman una sola vez son más raros que el Pico de la Aguja Verde. Entonces, tío, el hombre es un animal indigno. Sin embargo, yo estaba más contenta que escandalizada, y no pedía más que poder aprovechar de la indignidad inherente a la naturaleza humana. Con todo, Juno es tan linda. Mira este puente que te gusta tanto, Reina.

Es guapa, pero orgullosa decía la baronesa tronada, que tenía a su marido y a su hijo enamorados en vano de la sobrinita. No fue Ana quien apresuró su resolución, como esperaba Frígilis; fueron las tías que descubrieron un novio para la niña. El nuevo pretendiente era el americano deseado y temido, don Frutos Redondo, procedente de Matanzas con cargamento de millones.

Mientras la joven saboreaba aquellos manjares tributando un elogio a la cocinera a cada bocado, doña Águeda, satisfecha en lo más profundo de su vanidad, pasaba la mano pequeña y regordeta con dedos como chorizos llenos de sortijas, por el cabello ondeado entre rubio y castaño de la sobrinita de sus pecados, como ella decía. El artista y su obra se dedicaban mutuas sonrisas entre plato y plato.

La etiqueta, según se entendía en Vetusta, era la ley por que se gobernaba el mundo; a ella se debía la armonía celeste. Suprimida la etiqueta, las estrellas chocarían y se aplastarían probablemente. ¿Qué sabía de estas cosas la sobrinita? Esta era la cuestión.

Mil gracias, D. Jaime, es favor. Yo pienso que cuando las bromas son inocentes, ni las de unos ni las de otros producen resultado alguno. Eso lo dice, pero no lo piensa. Ningún mozo del pueblo ni de los contornos ha conseguido amansar a mi sobrinita Rosa más que usted... Era una cabra montés, y usted la ha puesto blanda y amorosa como una gatita... ¡Qué tontería!