United States or Madagascar ? Vote for the TOP Country of the Week !


Don Paco, según hemos dicho, era un hombre enciclopédico, de varias aptitudes y habilidades; la mano derecha del cacique y la subordinada inteligencia que hacía que en el lugar la soberana voluntad del cacique se respetase y cumpliese.

La de Candore, seducida por aquel carácter, que no era para desagradarla, la había proclamado una persona perfecta, no completamente linda, pero completamente distinguida. En efecto, la distinción era su marca soberana; al más modesto empleo, a la más humilde función llevaba ese aplomo superior de los que tienen conciencia de no rebajarse nunca.

Porque debo advertir que aquella augusta decoración, en su magnífico y vistoso conjunto, no tenía carácter gótico, castellano ni leonés, bien que algunos de sus componentes fueran del estilo ojival. ¡Salamanca es la única ciudad del Norte y del Oeste de España que ostenta dignamente el esplendor imperial austriaco, de que tan soberana muestra quedó en el Alcázar de Toledo!

Por supuesto, después de cada discurso se inclinaba reverentemente y besaba la mano de la soberana, volviendo a ponerse el tricornio de papel que se había hecho para el caso. Estas niñerías alegraban a la dama, dilataban su corazón, casi siempre encogido por la soberbia o el hastío.

El soplo de duda con que los enciclopedistas empañaron las creencias todas, el tremendo ridículo con que agobiaron el matrimonio, han hecho profundamente escépticos á los franceses, que creyendo en la soberana fuerza del dinero, apénas sospechan en la mujer, la madre, la esposa, la compañera.

El médico del pueblo, único que se burlaba de brujas, bebedizos y de la credulidad de la gente, hablaba de separarles como único remedio. Pero los dos siguieron unidos; él cada vez más decaído y miserable; ella engordando, rozagante y soberbia, insultando a la murmuración con sus aires de soberana.

No hay mácula ninguna en vuestra monarquía soberana, ni tiene la fortuna jurisdiccion en vuestra edad anciana. El que una vez os mira tierno de amor por vuestro amor suspira.

No, no te la quites...». «Pero Señora, por amor de Dios...». «No, déjala. Es tuya por derecho de conquista. ¡Es que tienes un cuerpo...! Úsala en mi nombre, y no se hable más de ello». De esta manera tan gallarda obsequiaba a sus amigas la graciosa soberana... Faltó poco para que a mi buen Thiers se le saltaran las lágrimas oyendo el bien contado relato.

En efecto: había existido años atrás una señora muy linajuda, llamada Doña Guillermina Pacheco, corazón hermoso, espíritu grande, la cual andaba por el mundo repartiendo los dones de la caridad, y vestía humilde traje, sin faltar a la decencia, revelando en su modestia soberana la clase a que pertenecía. Aquella dignísima señora ya no vivía.

Cualquiera imaginaría al escucharle que estaba pronunciando un discurso en algún club democrático, y no administrando una soberana paliza. Así terminó aquella refriega.