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Creyó entonces que había sido trasverberado como la Madre Teresa de Jesús, y que Dios acababa de abajarse hasta él en todo su poder y misericordia, para hacerle probar un sorbo, apenas, de los goces que le esperaban cuando su alma, vencedora del mundo, se entregase por fin, con soberana pasión, a la soledad y a la penitencia.

Bobart, abrumado por esta liberalidad inesperada, se deshizo en protestas; pero Clementina, con la autoridad de una soberana sobre su vasallo, cortó aquellas expansiones entrando en un orden de ideas que le parecía más interesante: ¿Y hay noticias de Roussel esta mañana?

Lloro á la muerte ansioso, al fuego me lamento sin sentido, gimo al aire celoso, al mar me quejo, al cielo favor pido, y no me dan consuelo la tierra, el aire, el fuego, el mar, ni el cielo. ¡Ay prenda de mis ojos! ¡ay soberana luz! ¡ay Sol querida! ¿qué atrevidos arrojos han dejado mi vida sin tu vida? si somos en tal calma, un amor, un aliento, un ser, un alma.

Una noche se encuentran los dos rivales en la puerta de la casa de Doña Sol; suscítase entre ellos un altercado, y el Príncipe, usando de su autoridad soberana, le manda renunciar á su amor. Pero Don Juan, para asegurar por completo la posesión de su amada, forma el proyecto de casarse con ella en secreto.

Por las noches, cuando sentía miedo en la cama, impresionado por la enormidad del salón que le servía de alcoba, le bastaba hacer memoria de la soberana de Bizancio para olvidar inmediatamente sus inquietudes y los mil ruidos extraños del viejo edificio. «¡Doña Constanza!...» Se dormía abrazado á la almohada, como si ésta fuese la cabeza de la basilisa.

Por un momento ni ella ni yo hablamos. Yo la contemplaba. Nunca había visto tan soberana hermosura; nunca tanta majestad y tanta sencillez: estaba fascinado, trémulo, y sin embargo yo no conocía a aquel ser divino, a aquel ser a quien no me atrevo a llamar mujer. No, no la conocía: era para enteramente nueva.

Pensaba luego D. Luis en la alteza soberana de la dignidad del sacerdocio a que estaba llamado, y la veía por cima de todas las instituciones y de las míseras coronas de la tierra: porque no ha sido hombre mortal, ni capricho del voluble y servil populacho, ni irrupción o avenida de gente bárbara; ni violencia de amotinadas huestes movidas de la codicia, ni ángel, ni arcángel, ni potestad criada, sino el mismo Paráclito quien la ha fundado. ¿Cómo por el liviano incentivo de una mozuela, por una lagrimilla quizás mentida, despreciar esa dignidad augusta, esa potestad que Dios no concedió ni a los arcángeles que están más cerca de su trono? ¿Cómo bajar a confundirse entre la obscura plebe, y ser uno del rebaño, cuando ya soñaba ser pastor, atando y desatando en la tierra para que Dios ate y desate en el cielo, y perdonando los pecados, regenerando a las gentes por el agua y por el espíritu, adoctrinándolas en nombre de una autoridad infalible, dictando sentencias que el Señor de las Alturas ratifica luego y confirma, siendo iniciador y agente de tremendos misterios, inasequibles a la razón humana, y haciendo descender del cielo no como Elías, la llama que consume la víctima, sino al Espíritu Santo, al Verbo hecho carne y el torrente de la gracia que purifica los corazones y los deja limpios como el oro?

En algún tiempo tuve yo la pretensión de subordinar todo a mi única voluntad, y siempre estaba inquieta: después he reconocido que si mis deseos se hubiesen cumplido, casi siempre eran en perjuicio mío. Hoy vivo completamente entregada a la infinita y soberana sabiduría, y me siento mejor física y moralmente. ¡Bendito sea Dios! El es el único sabio. El únicamente debe gobernar el mundo.

Y en este templo milenario, de soberana belleza, se cantó durante ochenta años el Te Deum en honor de los duques aragoneses y predicaron los sacerdotes en catalán. La república de aventureros no se ocupó en construir ni en crear. Nada quedó sobre la tierra griega como rastro de su dominación: edificios, sellos ó monedas.

Estas luces, hechas á descubrir verdades mundanas, ¿cómo han de ser suficientes para percibir la Verdad soberana, perfectísima, complemento de todas las verdades, y sola capaz de dexar satisfecho el entendimiento? Esta misma eterna Verdad, comunicada á los hombres, es la que puede instruirlos con luces sobrenaturales de lo que ella es, y cómo ha de buscarse.