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Hay motivos para dudar, puesto que no hemos encontrado dato alguno que lo confirme, del aserto de Sismondi, de que en las cortes de Viena y de Munich se representaron comedias españolas; pero parece, al contrario, positivo que en el serrallo de Constantinopla se representaron algunas por moriscos y esclavos españoles, que las recibían de mercaderes venecianos . EDAD DE ORO DEL TEATRO ESPA

Allí han nacido, para gloria de las letras y de las ciencias de todo género, naturalistas audaces y pacientes como Saussure y Candolle; jurisconsultos como Burlamaqui; historiadores como Sismondi y Mallet; economistas como Juan B. Say y el mismo Sismondi; hombres de Estado como Necker; literatos como madama Necker, Topffer y Cherbuliez; artistas distinguidos, pensadores filósofos como el inmortal Rousseau!

Tocqueville nos revela por la primera vez el secreto de Norteamérica; Sismondi nos descubre el vacío de las constituciones; Thierry, Michelet y Guizot, el espíritu de la historia; la revolución de 1830, toda la decepción del constitucionalismo de Benjamín Constant; la revolución española, todo lo que hay de incompleto y atrasado en nuestra raza. ¿De qué culpan, pues, a Rivadavia y a Buenos Aires? ¿De no tener más saber que los sabios europeos que los extraviaban?

Así ha observado Sismondi con mucha propiedad que «la poesía es una feliz combinacion de dos de las mas bellas artes: música por los sonidos y pintura por las imágenesEsto se comprueba con la profunda observacion hecha por todos los críticos de que, los mas grandes poetas son precisamente aquellos cuyas ideas poéticas son susceptibles de representarse por medio de la pintura, como se leyendo con atencion las obras del Dante ó de Milton; habiendo el primero inspirado á Miguel Angel los famosos frescos, cuyos dibujos ornados por la mano del Giotto, habrá podido ver en la biblioteca del Vaticano; y habiendo sido propuesto el segundo como modelo á los pintores por uno de los grandes prosadores de nuestra época, por Guizot.

El Petrarca ornamentó, dió elasticidad y clasificó en cierto modo la lengua dignificada por el Dante, cambiando hasta cierto punto su esencia, como lo dice Sismondi, y legando á su patria un idioma digno de rivalizar con los de Grecia y Roma. Los poétas que le han sucedido, dieron la última mano á la obra iniciada por los padres de la poesía italiana.

También en Calderón se observa este claro-oscuro, porque si bien, por un lado, las tendencias de La devoción de la Cruz y de El purgatorio de San Patricio, indujeron á exclamar al estimable, aunque algo parsimonioso, Sismondi, que Calderón era el poeta de la Inquisición, al examinar, por otro, algunos dramas suyos de la misma clase, como El Príncipe constante y Crisanto y Daría, podrán apellidarlo cándido y santo, y añadir que, sin padecer injuria alguna del tiempo transcurrido, ha compendiado en las flores más bellas de la civilización más elevada y más tierna, evocando de su purísimo corazón el eterno amor de la religión y del alma humana . Se ha dicho que esta misma fe religiosa eran la sangre y la vida de Calderón, y que á ella se deben las emociones más apasionadas y profundas, que ha sabido evocar en los ánimos.

Lo que se lee en las lecciones de literatura dramática de Schlegel, relacionado con este asunto, casi no merece otro nombre que el de una ingeniosa y elocuente apoteosis de Calderón. Algo más explícito fué F. Sismondi en su Littérature du midi de l'Europe, aunque apenas haga otra cosa que exponer los argumentos de algunas comedias de Lope y Calderón, acompañados de reflexiones estético-críticas.

Ademas, como lo ha dicho Sismondi, «la estructura del verso, esta parte en cierto modo mecánica de la poesía, está ligada por acordes misteriosos y secretos, con nuestras sensaciones, con nuestras emociones, con todo aquello que habla á nuestro corazon y á nuestra imaginacion, y seria conocer muy mal el lenguaje divino de los poetas, considerarla solamente como una traba impuesta al pensamiento.

Al fin esa juventud que se esconde con sus libros europeos a estudiar en secreto, con su Sismondi, su Lherminier, su Tocqueville, sus revistas Británicas, de Ambos Mundos, Enciclopédica, su Jouffroi, su Cousin, su Guizot, etc., etc., se interroga, se agita, se comunica, y al fin se asocia indeliberadamente, sin saber fijamente para qué, llevada de una impulsión que cree puramente literaria, como si las letras corrieran peligro de perderse en aquel mundo bárbaro, o como si la buena doctrina perseguida en la superficie necesitase ir a esconderse en el asilo subterráneo de las catacumbas para salir de allí compacta y robustecida a luchar con el poder.