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Basilio, para no perder de vista á Simoun, quiso fijarse en el cochero, y con asombro reconoció en él al desgraciado que le había conducido á San Diego, á Sinong el apaleado de la Guardia Civil, al mismo que le enteraba en la carcel de cuanto había sucedido en Tianì. Conjeturando que la calle Anloague iba á ser el teatro, allá se dirigió el joven, apresurando el paso y adelantándose á los coches.
Sinong, el apaleado cochero que le había conducido á San Diego, se encontraba entonces en Manila, le visitaba y le ponía al corriente de todo. Entretanto Simoun había recobrado su salud, al menos así lo dijeron los periódicos.
El, Sinong el apaleado, se acordaba de sus dos magníficos caballos que para preservarlos del contagio había hecho bendecir segun los consejos del cura gastándose diez pesos: ni el gobierno ni los curas habían encontrado mejor remedio contra la epizootia y con todo se le murieron.