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La mujer no es temible sino en cuanto nos hace sentir, y no nos hace sentir sino en cuanto nos ofrece una belleza recatada; la prostituta vulgar en Paris es feísima en este sentido. ¡Cuánto más temible es la de Italia, especialmente la de Roma! Una noche saliamos mi mujer y yo del pasaje de los Panoramas.

No se sabe qué es; pero uno ve con respeto, y como con cariño, a aquellos hombres de delantal y cachucha que sacan con la pala larga de un horno a otro el metal hirviente; tienen cara de gente buena, aquellos hombres de cachucha: ya no es piedra el metal, como era cuando lo trajo el carretón, sino que lo que era piedra se ha hecho barro y ceniza con el calor del horno, y el metal está en la caldera, hirviendo con un ruido que parece susurro, como cuando se tiende la espuma por la playa, o sopla un aire de mañana en las hojas del bosque.

Felipe IV no encomendó sólo a Velázquez la ejecución de su pensamiento, sino que llamando varios artistas a modo de concurso, ofreció una recompensa a quien mejor lo interpretara.

Pero ni tuvo tiempo de asustarse porque vio entrar a Nicolás haciendo aspavientos de júbilo, el rostro encendido, los ojos chispos, y llegándose a su cuñada le dio un fuerte abrazo: «Denme todos la enhorabuena... Ya... al fin... No ha sido favor, sino justicia. Pero estoy muy agradecido a las personas que...». ¡Gracias a Dios!

No se lo confesaba, no quería confesárselo; pero tal vez recelaba con miedo que no era sólo la devoción la que allí le llevaba, sino también la esperanza de volver a ver a D. Jacinto. Y la esperanza se cumplió. María Antonia volvió a verle; mas ¡ay! ¡cuán diferente del que antes era! Había descendido de un coche lujoso y llevaba al lado a la señora marquesa, su mujer, muy engalanada y muy fea.

¿Y para qué necesitaba él de consultar á nadie? La elevacion de su entendimiento, la seguridad y acierto de su juicio, la fuerza de su penetracion, el alcance de su prevision, la sagacidad de sus combinaciones, ¿no son ya cosas proverbiales? El buen resultado de todos los negocios en que ha intervenido, ¿á quién se debe sino á él?

Este español le dijo, "á de caballero hijodalgo, no solo cinco caballos atados á las ramas del rábano, sino que comí de él, y lo hallé muy tierno." Con este motivo le habló tambien de un melon del mismo valle de Ica, que pesaba cuatro arrobas y tres libras, y del que se tomó y testimonio ante escribano!

Al fin balbució: Las cartas no mienten nunca, hijo... Habrá sido culpa mía el no haberlas entendido. ¡Lo que anunciaba no era mi matrimonio, sino el de Frasquito! exclamó riendo.

Apartado el espíritu de la naturaleza, ¿qué se puede esperar sino lo que veo y lamento ahora? O el delirio que toma la nada por el principio del ser, o la vileza, el rebajamiento, la impura grosería y el brutal apetito de goces materiales, triunfantes en la naturaleza, en la sociedad y en todo pensamiento, cuando el espíritu los abandona.

Yo no puedo entrar en tu familia sino con una condición: tu reconciliación con Lotario Pütz. Si te niegas, tendré que romper mi compromiso. Eso le puso blandito. ¡Qué cabeza hueca! dijo; no hay medio de hablar de sentimientos contigo.