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Al separarse estos del joven sacerdote, preguntó la mujer al marido: ¿Qué te parece? Muy joven, contestó el duque; pero no habíamos de estar más tiempo sin capellán, y cuando el obispo le recomienda, bueno será. ¡Capellán! Este era el puesto que había de desempeñar. Nadie le había dicho todavía que era como un criado más en la cocina o un caballo nuevo en las cuadras, un simple artículo de lujo.

Cada vez que leía en los periódicos sus hazañas en el mar del Norte, una oleada de indignación pasaba por su conciencia de hombre simple, franco y recto. Atacaban traidoramente escondidos en el agua, disimulando su ojo asesino y largo, semejante á las antenas visuales de los monstruos de la profundidad.

¡Y nada de esto se parecía al anochecer!..... Lo imponente era el ver que allá, en las regiones superiores del cielo, seguía siendo de día, mientras que en la infortunada tierra y en su atmósfera cundía la obscuridad. Es decir: ¡que la luz del cielo no llegaba ya á la tierra! Por lo demás, á la simple vista no se notaba todavía alteración alguna en el disco del sol.

Era una simple cuestión de secretarios: don Rodrigo lo era vuestro, y yo lo era del duque de Osuna; el duque de Osuna era enemigo vuestro, y por consecuencia, vuestro secretario debía serlo también del secretario del duque de Osuna.

Todos los días enviaba á las oficinas encargadas del socorro de los prisioneros grandes paquetes de víveres destinados á su hijo. Al final se negaban á admitirlos. No podía ocuparse el servicio únicamente en socorrer á un simple protegido de la duquesa de Delille. Había miles y miles de hombres que estaban en su misma situación.

En la enorme turbación de su ánimo no podía decidir nada. «Pero si, basta tener ojos decía , para conocer que esta hucha no es aquella... En esta el barro es más recocho, de color más oscuro, y tiene por aquí una mancha negra... A la simple vista se ve que no es la misma... Dios nos asista. ¿A ver el peso?... Pues el peso me parece que es menor en esta... No, más bien mayor, mucho mayor... ¡Fatalidad!».

Nada más insignificante que aquel hombre, a la simple vista: parecía un mozo de café. A la sazón, iban sus negocios particulares en próspera fortuna.

Su marido resultaba un pobre muchacho, simple y bueno, necesitado de que lo protegiesen. Ella lo defendería, como en la noche de Marsella. ¡Adiós, amor! Sólo quedaba en la millonaria un afecto que tenía mucho de maternal. Los dos, con la pesada tristeza del desengaño, se aburrieron en todas partes, y acortaron su viaje para volver á los Estados Unidos.

Un honor para la parroquia de que ella era hija. ¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella, gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas, dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple... No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue de humo flotaba sobre la chimenea de Can Mallorquí.

El famoso Alcibíades era el calavera más perfecto de Atenas: el célebre filósofo que arrojó sus tesoros al mar, no hizo en eso más que una calaverada, a mi entender de muy mal gusto: César, marido de todas las mujeres de Roma, hubiera pasado en el día por un excelente calavera: Marco Antonio echando a Cleopatra por contrapeso en la balanza del destino del Imperio, no podía ser más que un calavera; en una palabra, la suerte de más de un pueblo se ha decidido a veces por una simple calaverada.