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Simoun contaba que había sido atajado por una banda de tulisanes quienes, despues de agasajarle por un día le dejaron seguir el viaje sin exigirle más rescate que sus dos magníficos revólvers Smith y las dos cajas de cartuchos que consigo llevaba. Añadía que los tulisanes le habían encargado muchas memorias para su Excelencia, el Capitan General.

¡El joyero Simoun! interrumpió otro, pero ¿qué tiene que ver ese judío con las cosas de nuestro país? Y nosotros que le enriquecemos comprando... ¡Cállate! le dijo otro, impaciente y ansioso de saber como pudo vencer el P. Irene á tan terribles enemigos. Hasta había grandes empleados que estaban en contra de nuestro proyecto, el Director de Administracion, el Gobernador Civil, el chino Quiroga...

Los tres brazaletes de brillantes que había pedido á Simoun para enseñárselos á su señora, no eran para ésta, pobre india encerrada en un cuarto como una china, eran para una bella y encantadora dama, amiga de un gran señor, y cuya influencia le era necesaria para cierto negocio en que podía ganar en limpio unos seis mil pesos.

Este es un anillo que debió pertenecer á Sila, continuó Simoun. Era un anillo ancho, de oro macizo, con un sello. Con él había firmado las sentencias de muerte durante su dictadura, dijo Cpn. Basilio pálido de emocion. Y trató de examinarlo y decifrar el sello, pero por más que hizo y le dió vueltas, como no entendía de paleografía, nada pudo leer.

Chichoy sacudió la cabeza sonriendo. ¡El joyero Simoun! ¡¡¡Simoun!!! Un silencio, producido por el asombro, sucedió á estas palabras. Simoun, el espíritu negro del Capitan General, el riquísimo comerciante en cuya casa iban para á comprar piedras sueltas, ¡Simoun que recibía á las señoritas de Orenda con mucha finura y les decía finos cumplidos!

Coincidiendo las señas con las de Simoun, la declaracion fué recibida como un absurdo y al ladron le aplicaron toda serie de torturas, la máquina eléctrica inclusive, por aquella impía blasfemia.

Me contento entonces con que ustedes me paguen de boquilla, replicó alegremente Simoun; usted, P. Sibyla, en vez de darme cinco tantos me dirá, por ejemplo: renuncio por cinco días á la pobreza, á la humildad, á la obediencia... usted; P. Irene: renuncio á la castidad, á la largueza, etc. ¡Ya ven que es poca cosa y yo doy mis brillantes!

En aquel instante bajaba Simoun y al ver á los dos jóvenes, ¡Adios, don Basilio!, dijo saludando en tono protector, ¿se va de vacaciones? ¿El señor es paisano de usted? Basilio presentó á Isagani y dijo que no eran compoblanos, pero que sus pueblos no distaban mucho. Isagani vivía á orillas del mar en la contra costa.

La grandeza del hombre no está en anticiparse á su siglo, cosa imposible por demás, sino en adivinar sus deseos, responder á sus necesidades y guiarle á marchar adelante. Los genios que el vulgo cree se han adelantado al suyo, solo aparecen así porque el que los juzga los ve desde muy lejos, ¡ó toma por siglo la cola en que marchan los rezagados! Simoun se calló.

Simoun se levantó de un salto y se abalanzó al joven. ¿Se ha muerto? preguntó con acento terrible. Esta tarde, á las seis; ahora debe estar... ¡No es verdad! rugió Simoun pálido y desencajado, ¡no es verdad! María Clara vive, ¡María Clara tiene que vivir! Es un pretesto cobarde... no se ha muerto, ¡y esta noche la he de libertar ó mañana muere usted! Basilio se encogió de hombros.