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Quiroga con su media lengua y sonrisa la más humilde agasajaba á Simoun: su voz era acariciadora, sus genuflexiones repetidas, pero el joyero le cortó la palabra preguntándole bruscamente: ¿Gustaron los brazaletes?

Se llevaba una fortuna consigo, grandes cantidades depositadas en los Bancos de Europa le esperaban, tenía hoteles, pero había lastimado á muchos, tenía muchos enemigos en la Corte, ¡el alto empleado le esperaba allá! Otros generales se enriquecieron como él rápidamente, y ahora estaban arruinados. ¿Por qué no se quedaba más tiempo como se lo aconsejaba Simoun? No, la delicadeza ante todo.

Simoun no obstante, despues de larga vacilacion, se le acercó y poniéndole una mano sobre el hombro le dijo en voz conmovida: Basilio, usted posee un secreto que me puede perder y ahora acaba de sorprenderme en otro que me pone enteramente en sus manos y cuya divulgacion puede trastornar todos mis planes.

Simoun, por lo demás, permanecía impenetrable; se había vuelto menos comunicativo aun, se dejaba ver poco, y sonreía misteriosamente cuando le hablaban de la anunciada fiesta. Vamos, señor Simbad, le había dicho una vez Ben Zayb; ¡deslúmbrenos usted con algo yankee! Ea, que algo le debe á este país. ¡Sin duda alguna! respondía con su seca sonrisa. Echará usted la casa por la ventana, ¿eh?

Simoun se estremeció: ¡Adelante! dijo. Era Basilio, pero, ¡quantum mutatus! Si el cambio operado en Simoun durante los dos meses era grande, en el joven estudiante era espantoso. Sus mejillas estaban socavadas, desaliñado el traje, despeinado.

Quisiera pedirle un favor..., ¡decirle dos palabras! dijo. Simoun hizo un gesto de impaciencia que Plácido en su turbacion no observó. En pocas palabras contó el joven lo que le había pasado manifestando su deseo de irse á Hong Kong. ¿Para qué? preguntó Simoun mirando á Plácido fijamente al través de sus anteojos azules. Plácido no contestó.

Tadeo daba su version particular, segun él, tomada de buena fuente. Simoun había sido atacado por un desconocido en la antigua plaza del Vivac; los motivos eran la venganza, y en prueba de ello el mismo Simoun se negaba á dar la más mínima explicacion.

Pero, señor Simoun, preguntó el alto empleado, ¿qué saca usted con ganar virtudes de boquilla, y vidas y destierros y ejecuciones espeditas? ¡Pues mucho! Estoy cansado de oir hablar de virtudes y quisiera tenerlas todas, todas las que hay en el mundo encerradas en un saco para arrojarlas al mar, aun cuando tuviera que servirme de todos mis brillantes como de lastre...

Es posible, solo que como no tengo casa... ¡Haber comprado la de Capitan Tiago que consiguió por nada el señor Pelaez! Simoun se había callado y desde entonces le vieron á menudo en el almacen de don Timoteo Pelaez, con quien se dijo que se había asociado.

Pero, por entusiasta que nuestra generacion sea comprendemos que en la gran fábrica social debe existir la subdivision del trabajo; he escogido mi tarea y me dedico á la ciencia. La ciencia no es el fin del hombre, observó Simoun. A ella tienden las naciones más cultas. , pero como un medio para buscar su felicidad.