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Cuando cada manjar «le puede comer un ángel» de bien sazonado que está, como dice la tía Simona, y todos ellos quedan cuidadosamente arrimados á la lumbre para que se conserven en buena temperatura, precédese á otra operación no menos solemne que la cena misma: poner la mesa perezosa.

HUEVOS A LA SOR SIMONA. Para cuatro comensales tómense dos moldes de flan, uno mayor que otro; el mayor se unta de mantequilla interiormente, y el pequeño al exterior; métase el pequeño dentro del otro, y se llena el hueco que dejan entre los dos de huevo batido, y rápidamente se llena el molde pequeño de agua hirviendo metiéndolo al baño maría, y al horno.

La tía Simona sale la última; y mientras se lamenta de haber dejado de rezar el rosario por causa del jaleo, y jura que al día siguiente ha de rezar dos, guarda en el arcón que ya conocemos los despojos del pan, del azúcar y de la manteca, para que en el primer día de Pascua pueda la familia, «manipulándoselo bien», recordar, con algo más que la memoria, la noche de Navidad.

Todos están más locuaces que antes, y hasta el viejo labrador ha desarrugado su habitual entrecejo. El rapazuelo ronca tendido sobre un banco, y el estudiante habla en latín y asegura que si entonces pillara al mayorazgo, ¡ira de Dios!... La tía Simona canta por lo bajo: «Esta noche es Noche-Buena y mañana Navidad; está la Virgen de parto y á las doce parirá

El mío no trae todas esas andróminas que él sabe.... ¡Cóncholes!, como quisiera entrarme á piscología ... ¡ más de ello! ¿Y cuándo cantas misa? añade la tía Simona cayéndosele la baba y mientras contemplan de hito en hito al estudiante sus dos hermanos. Mira que el lugar está perdío.... El señor cura es tan viejo....

No vaya á creerse que el tío Jeromo, porque tiene un hijo estudiante, es hombre rico tomada la palabra en absoluto; el marido de la tía Simona tiene, para labrador, un pasar, como él dice.

¡Qué expansión!; ¡qué felicidad se refleja en ellos! La tía Simona, con el mango de la sartén en una mano y con una cuchara de palo en la otra y acurrucada en el santo suelo, se cree más alta que el emperador de la China, y en más difícil é importante cargo que el de un embajador de paz entre dos grandes pueblos que se están rompiendo el alma.

¡Ah! dije aparentando interés. Simona de Erinois dijo el otro día una frase que no tiene precio. Figúrate que se atrevió a decir a la de Brenay: «Eres amable porque quieres a papá...» Imagínate el cuadro... ¡Ah!... Lo que me parece que va bien es el matrimonio de Paulina. Según lo que cuenta la de Aimont, el joven que tiene tan bonita fortuna en Martimprey exige 20.000 pesos de dote.

Pero en casa de Jeromo no se engaña á nadie, y la tía Simona alarga media morcilla de manteca á los marzantes; y éstos, después de echar la primera copla, se marchan relinchando de placer. La familia tira los últimos golpes á la cena, agótanse los jarros de vino, y el chicuelo despierta preguntando por los marzantes.

A las primeras explicaciones, Cabesang Andang las tomó por añagaza, se sonrió y estuvo apaciguando á su hijo, recordándole los sacrificios, las privaciones, etc., y habló del hijo de Capitana Simona que, por haber entrado en el Seminario, se daba en el pueblo aires de obispo: Capitana Simona se consideraba ya como Madre de Dios, claro, ¡su hijo va á ser otro Jesucristo!