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Una mañana de primavera, impresionado por la reciente lectura de cierta novela de Octavio Feuillet, iba paseando distraído por aquellos silenciosos lugares gozando de la frescura y aroma de los árboles y de la grata soledad que allí imperaba. De pronto, al pasar por delante de uno de los palacios, creí percibir rumor de voces en el jardín.

Instaladas en la diligencia las señoras, volvimos a la casa y estrechamos, silenciosos y con solemne gravedad, la mano del paralítico Juan, reponiéndole en su asiento después de cada apretón de manos.

Don Ramón bajó la cabeza sin contestar. Ambos quedaron silenciosos. Al cabo Clara, alzando la frente, dijo con resolución: Vamos allá. Voy a ponerme otra ropa y a prevenir a la niñera. Lo que pasaba por el corazón de la joven esposa en aquel momento no es fácil definir.

El italiano no prestaba gran atención á sus propias palabras, espiando con ojos inquietos á la «señora marquesa» y su acompañante. La tertulia cambió totalmente de aspecto después que Pirovani se presentó con sus rosas. En la noche siguiente estaban los cuatro sentados á la mesa y más silenciosos que otras veces.

Todos acogen con hurras y palmadas este sensato discurso. Sólo D. Félix, D. César y D. Prisco permanecen silenciosos y taciturnos. Al sentarse el sobrino del capitán se levantó el ingeniero que había llegado de Madrid. Era un joven de fisonomía inteligente y agraciada.

Dió varios paseos silenciosos por la habitación, como si las últimas palabras le hiciesen pensar en cosas lejanas, muy distintas de lo que hasta entonces había dicho.

El terreno ofrecía leves ondulaciones y se extendía rojizo y desierto, cortando a lo lejos el horizonte con una raya bien pura. Ni un árbol, ni una casa. Los finos zapatos de Clementina se hundían en la tierra y quedaban manchados. Caminaban silenciosos. Raimundo ya no tenía fuerzas para hablar.

En la tropa habían resultado cinco heridos. Colocáronlos como pudieron en andas improvisadas y emprendieron nuevamente la marcha. Lo mismo los soldados que los presos caminaban silenciosos y tristes, profundamente impresionados por el trágico suceso que acababa de ocurrir.

Febrer miró a su amigo con ojos hostiles. Lo mejor que podían hacer era no hablar más del asunto. Pablo era un loco, acostumbrado a decir cuanto pensaba, y él no iba a sufrirle siempre. Para continuar siendo amigos, lo mejor era callarse. Bueno, callemos dijo Valls . Pero conste una vez más que el tío se opone y que lo hago por ti y por ella. Pasaron silenciosos el resto del camino.

Veamos les dije; ¿quién de estos señores, que todo lo saben, nos dará la clave de este enigma? ¿Quién nos podrá contar la historia de ese palco misterioso? Todos permanecieron silenciosos, hasta el profesor, el cual, pasándose una mano por la frente como procurando recordar la anécdota, hubiera concluido probablemente por inventar una; pero el notario no le dio tiempo para ello.