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El profundo silencio turbábanlo de vez en cuando los tercetos de ciegos que, agarrados del brazo y golpeando el suelo con sus garrotes para orientarse, iban por el arroyo sin miedo a ser atropellados, prorrumpiendo en lamentaciones poéticas que, en tono quejumbroso, relataban la pasión y muerte del Redentor.

El cura avanzó en aquel instante con los sagrados óleos. Todos los circunstantes doblaron la rodilla. Reinó silencio aterrador, que sólo interrumpía el murmullo del clérigo y el estertor del moribundo. Cuando aquél concluyó, Baldomero dirigió otra sonrisa a su hermano y le tendió la mano diciendo con trabajo: Mis chiquitine...

Después de un silencio, Sancho repuso, con inacostumbrada melancolía: Cría cuervos para que te saquen los ojos. El señor don Miguel no es nuestro enemigo, que es nuestro padre.

El Canónigo dio un paso hacia adelante con la diestra en alto y pronta a asestar el bofetón; pero el terrible ceño de Ramiro le contuvo. Balbuceando, entonces, palabras entrecortadas, llevose ambas manos al rostro. Aquellos instantes fueron solemnes. El insulto flotaba irreparable, y parecía hacerse oír, otra y otra vez, en el silencio.

El muchacho, creyéndole súbitamente mejorado, habló con voz queda para no incurrir en las iras de su padre, que recomendaba el silencio. Ya habían enterrado al Ferrer. El valentón estaba pudriendo tierra. ¡Qué tiros tan certeros los de don Jaime! ¡Qué mano la suya!... Le había deshecho la cabeza.

Estos mercaderes sólo interrumpían sus críticas para oír con religioso silencio la música de Wágner golpeada en el piano por las niñas de la familia. Un amigo con voz de tenor cantaba Lohengrin en catalán. El entusiasmo hacía rugir á los más exaltados: «¡El himno... el himnoNo era posible equivocarse. Para ellos sólo existía un himno.

El alma lo reabsorbe, como el cuerpo reabsorbe la materia mórbida tan pronto como la causa del mal ha desaparecido. Se pierde sin dejar huellas, en el montón de las virtudes sociales y personales, el silencio lo aniquila.

Arturo había estado muy cómico, dando un énfasis chusco a sus expresiones y acompañándolas con el debido manoteo. Pero Rosita volvió en , advirtió cuán airado estaba el Conde y, aunque tarde, impuso silencio al poeta. Cuando los hombres salieron juntos de la tertulia y se dieron en la calle, ya el Conde no acertó a refrenar su enojo.

Hubo un silencio de angustia, pero el valentón, pasado el primer movimiento, permaneció en su silla. Don Luis dijo con una mueca de adulación. Usté es el único hombre que puede jaser eso. Usté es mi pare. ¡Y porque soy más valiente que ! gritó con arrogancia el señorito. Eso afirmó el matón con otra sonrisa aduladora.

En las Claverías se desocupaban muchas habitaciones; un silencio de cementerio reinaba allí donde antes se aglomeraba todo un pueblo falto de espacio. El gobierno de Madrid había que ver con qué expresión de desprecio subrayaba el jardinero estas palabras andaba en tratos con el Santo Padre para arreglar una cosa que llamaban Concordato.