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No me acuerdo... ¿En qué querrías que pensase? El conde vaciló un momento; pero animado por la graciosa sonrisa de su ex-novia se atrevió a articular: En . Fernanda le miró en silencio, con curiosidad burlona bajo la cual chispeaba una alegría imposible de ocultar.

Entonces Miguel ya no fue dueño de , y de improviso, en un momento de silencio, soltó el trapo de la risa, y con él a chorretazos por boca y narices la cucharada de sopa que acababa de tragar. Todos los rostros se volvieron con asombro. ¿De qué te ríes, Miguel? le preguntó su tía. ¡De , recontra, de ! gritó Enrique desesperado.

Miquis y D. José le hacían mil preguntas, pero ella no contestaba nada. Por la noche Augusto, después de prescribirle el reposo, se retiró seguro de hallarla mejor al día venidero, lo que no resultó cierto, porque a la siguiente mañana encontró el médico en su infeliz enferma el mismo silencio, la mismo apatía lúgubre y la propia indiferencia del día precedente.

Los piratas tienen que venir de la parte del mar. Es verdad; pero pueden haber desembarcado, para caer de espaldas y de frente sobre nosotros. Van-Horn no respondió; pero movió la cabeza con aire de duda. ¿Qué hacemos? dijo Cornelio después de algunos instantes de silencio. Por ahora, vigilar las aguas.

La duquesa, que aún no se daba por convencida, quiso replicar algo; pero el marqués, desasosegado y nervioso, impuso silencio, extendiendo una mano que parecía tener, como las de Jacob, mitones de cabrito... ¡Basta, basta, señores! dijo . ¡Están ustedes jugando con fuego!...

Tardó mucho en acostumbrarse a contemplar con ojos enjutos y corazón tranquilo, la soledad y el silencio de aquel gabinete en que tantas caricias y tan repetidos testimonios de entrañable amor había recibido del doliente octogenario. De todo lo cual se deduce que quería de veras a su abuelo.

Cuando concluyó, se fueron con el mismo recogimiento y silencio que antes. Los caballeros que estaban a mi lado me dieron los buenos días con la afección de correligionarios, y también se fueron. Volví a quedarme solo y perplejo en la capilla, cuando se presentó la monja extranjera, diciéndome: He avisado a don Sabino, y me ha dicho que le espera a usted en su cuarto.

Silencio profundo. Todo el café, por dentro y por fuera, aguarda resignado. La orquesta preludia, la multitud grita, las sillas crugen, las mesas se chocan, los mozos corren, los curiosos se arremolinan, todos se sientan, la puerta del fondo se abre, el carácter cómico asoma.... ¡Carcajada general, unánime! ¡Ovacion completa! ¿Qué es eso? me preguntó muy bajo el asombrado brigadier.

Está visto que el mayor interés de las cosas no depende de las cosas mismas, sino de sus circunstancias y accidentes. Aquel mismo pensamiento, expresado en voz alta por el médico, había pasado en silencio por mi mente poco antes sin dejar en ella el menor rastro... Cierto, de toda verdad.

A quince varas de distancia, sobre el agua, veía su rizada cabeza. Nadaba rápidamente, y sin esfuerzo, al paso que yo, cansado y resentido de mi herida, no podría alcanzarle. Nadé algún tiempo en silencio, pero al verle doblar el ángulo del castillo, le grité: ¡Alto, Ruperto! Dirigió una mirada atrás, pero siguió nadando.