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El silencio que ha reinado en torno mio, los pueblos que he visto en la llanura parecidos á pequeños rebaños que estan paciendo entre la yerba de los prados, las lejanas nieblas, las sierras coronadas de nieve que han terminado mi horizonte, el mar, el cielo, todo ha anonadado mi espíritu y me ha hecho reconocer el dedo de un Ser superior ante el cual debia prosternarme y sentir la frivolidad de mi existencia.

Todo esto transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión.

Su ira entonces se deshizo en palabras desbordadas y frenéticas que impusieron silencio a los rumores de la plebe.

686 Cuentan esas horas eternas para más atormentarse; su lágrima al redamarse calcula, en sus afliciones, contando sus pulsaciones, lo que dilata en secarse. 687 Allí se amansa el más bravo, allí se duebla el más juerte; el silencio es de tal suerte que, cuando llegue a venir, hasta se le han de sentir las pisadas a la muerte.

Hablábamos y reíamos; pero yo en el fondo iba absorto en mi felicidad, gozando de la hermosura del día, del silencio interrumpido por el ruído del mar, de los perfumes de la tierra en otoño. Llegamos a la cima del monte donde se celebraba la romería. Entramos en la ermita.

En la proa, la marinería, puesta en cuclillas, escuchaba con el religioso silencio de los hombres simples ante algo que no comprenden, pero que les infunde respeto.

Don Juan rodeó la cintura de Dorotea. Dorotea se alzó radiante de dignidad. La mujer que ama no es la impura cortesana, la torpe comedianta que vendía sus favores dijo ; respetadme, don Juan, respetad en lo más noble que Dios ha dado á sus criaturas: el amor y la pureza del alma. Don Juan se retiró, no confundido, sino enojado. Dorotea, pensativa y triste, guardó silencio.

Al comunicarse el resultado de aquélla a la señora de Ponce, llevó ésta la mano de Juan a sus enjutos labios. Nada puedes añadir a mi felicidad presente, Juan; pero, dime, ¿por qué se lo ocultaste a Carolina? Juan se sonrió en silencio. Al cabo de una semana terminaron las formalidades legales necesarias, y Carolina fue devuelta a su madrastra.

Quedaron los dos en largo silencio, sin saber qué decirse. Doña Sol fue la primera en romper esta pausa.

Unas veces con un silencio injustificado y receloso, otras con un ataque intempestivo como el que ahora ha experimentado Tristán, señalan al público el sitio donde está lo bueno. En las aldeas de Francia he visto que para descubrir las trufas sueltan los cerdos al campo. En el sitio donde las hay se detienen y comienzan a hozar estos animales.