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Siguiendo tu comparación, pues que transformas a Pepita en crisol, y a Luis en metal, yo buscaré o tengo buscado ya un fuelle o soplete utilísimo, que contribuya a avivar el fuego para que el metal se derrita pronto. Este soplete es Antoñona, nodriza de Pepita, muy lagarta, muy sigilosa y muy afecta a su dueño. Antoñona se entiende ya conmigo, y por ella que Pepita está muerta de amores.

Lucía se puso colorada de orgullo y de satisfacción, y siguió hablando: Apostaré á que ha ganado V. la voluntad del reverendo. ¿Está ya de nuestra parte? , sobrina, está de nuestra parte; pero, por amor de Dios, calla, que importa el secreto. Ya que lo adivinas todo, procura ser sigilosa. No tendrá V. que censurarme. Seré sigilosa.

Como quiera que ello fuese, al menos durante los tres primeros años, según ya queda dicho siempre fue de maravillar o la virtud de Rafaela o su prudencia sigilosa. A pesar de la jactancia de muchos hombres que gustan de hacer creer que son favorecidos, ninguna acusación terminante hubo contra Rafaela.

Beatriz ignora y seguirá ignorando el paso que has dado. Inés es muy sigilosa. En cuanto al efecto que la lectura de tu carta pueda haber producido en su ánimo, yo no qué decirte. Hoy de mañana he hablado con Inés; pero el corazón de una doncella es impenetrable, insondable como un abismo.

Antoñona no calló a Pepita su descubrimiento, y Pepita no acertó a negar la verdad a aquella mujer que la había criado, que la idolatraba, y que, si bien se complacía en descubrir y referir cuanto pasa en el pueblo, siendo modelo de maldicientes, era sigilosa y leal como pocas para lo que importaba a su dueño.

Semejantes extremos son raros, por fortuna. La cordobesa no es coqueta, sino muy prudente y sigilosa, y a nadie compromete. Aunque sea de la más humilde condición, acostumbra a desahuciar al paciente enamorado, hablando de su honor, como las damas calderonianas.

Luego, cuando la estruendosa caída del privado, y aun después de la fuga, el caballero avilés, fiel a sus principios de lealtad, fue quizás el único palaciego que osara defenderle. Esto bastó. Una consigna sigilosa bajó de lo alto. Se le hizo sufrir toda suerte de humillaciones, se le postergó en las ceremonias, se le vejó ante las damas, sus memoriales fueron a dar a los braseros.

Los hombres que en aquella casa vivían fueron al principio muy pocos: luego, llegando sigilosa y calladamente por las noches, vinieron de tierras extrañas muchos más, tantos, que sus cánticos antes débiles como compuestos por escaso número de voces, resonaron vigorosos y potentes, repercutiendo en las concavidades de los montes cercanos, cual si quisieran despertar los ecos del cañoneo de antaño.

Y así ha estado la carta. Muerto el Marqués, no existían en el mundo sino tres personas sabedoras del propósito de la Condesa de dejar a V. por heredera. ¿Y quiénes eran esas tres personas? preguntó doña Luz con el mayor interés. La misma Condesa, mi mujer, que es sigilosa hasta lo sumo, y un servidor de V., señora Marquesa. ¿Y nadie más? Nadie más. ¿Está V. seguro? Lo estoy.

En su afán de recobrarla, pensaron en poner en juego a la policía, dando parte del suceso hasta al Gobierno, si fuese necesario; pero ¿no equivaldrían estos pasos a publicar su propia deshonra? Preferible era proceder de otra manera más sigilosa para hallar la oveja descarriada.