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Amparo volvió a casa desolada, impresionada fuertemente; se encerró en su aposento, y yo respeté su dolor. Me vi obligado a continuar durante algunos días mi antiguo papel de hermano. Al fin, una mañana, Amparo me dijo: Siéntate a mi lado, Luis. Me senté en el sofá junto a ella. Necesito que me expliques me dijo ciertas cosas que no comprendo bien.

Al ver su burdo engaño descubierto, puso la cara triste, como si temiera que intentase yo otra vez arrojarlo a la vía. Sentí compasión y quise mostrarme bondadoso y alegre, para ocultar los efectos de la sorpresa, que aún duraban en . Vamos, acaba de subir. Siéntate dentro y cierra la portezuela. No, señor dijo con entereza . Yo no tengo derecho a ir dentro como un señorito.

Ya en otra escena anterior se presenta el Rey, perseguido por apariciones, y en el instante en que pasa delante de la capilla de Santo Domingo, se le presenta un fantasma. .............¿Qué veo? Sombra ó fantasma, ¿qué quieres? Viene ya el día, Y detenerme no puedo. Siéntate, que eso es temor. Por desmentirte me siento. Ya estoy sentado; prosigue. ¿Conócesme?

Don Víctor se tranquilizó. «Estaba acostumbrado al ataque de su querida esposa; padecía la infeliz, pero no era nada». No pienses en ello, que ya sabes que es lo mejor. , tienes razón; acércate, háblame, siéntate aquí. Don Víctor se sentó sobre la cama y depositó un beso paternal en la frente de su señora esposa. Ella le apretó la cabeza contra su pecho y derramó algunas lágrimas.

5 Y llamando a cada uno de los deudores de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? 6 Y él dijo: Cien batos de aceite. Y le dijo: Toma tu obligación, y siéntate presto, y escribe cincuenta. 7 Después dijo a otro: ¿Y , cuánto debes? Y él dijo: Cien coros de trigo. Y él le dijo: Toma tu obligación, y escribe ochenta.

¿Es verdad lo que me dices? exclamó Beatriz uniendo las manos en un transporte de grata sorpresa.. , hija mía; pero esa satisfacción la he comprado un poco cara... Siéntate, que voy a contarte mi historia. Y le refirió la tormentosa conferencia que tuvo la víspera con el marqués en el saloncito del teatro Francés, sin omitir, por supuesto, el desenlace. ¡Había traicionado a Beatriz!

Algunos días, dando a su teórico paseo una dirección determinada, íbase a casa de Juan Bou, no a pedir trabajo, sino a charlar un poco con el maestro, por quien conservaba ligera inclinación, parecida al afecto. «Hola, tagarote, ¿qué buscas por aquí? le dijo, tocado de aquella verbosidad que fuera indeterminable si no le entrecortara la tos . Siéntate. Pues todavía mejoras poco.

Se trató del P. Herrera, y don Carlos dijo que era muy digno de ocupar los puestos más elevados en la diócesis; que merecía ser obispo, y que su extremada modestia le tenía relegado en la Sierra, en un pueblo remoto que era como una Tebaida. Después fuimos a la sala. Gabriela, dijo don Carlos ¡siéntate al piano y tócanos algo!

La idea de la fuga ha sido inspirada, alentada y en resolución favorecida por la solterona. Ella lo sabe todo. ¿Cómo sacárselo? Antes de responder, es preciso que declares cuál es tu propósito y voluntad. Si te avienes con lo ocurrido, y consientes en el matrimonio. ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Jamás! interrumpió Apolonio, poniéndose en pie. Siéntate, hombre, siéntate. Soy de tu opinión.

Siéntate, querida mía y cuéntame tus infortunios, que estoy pronto a vengar como galante caballero. ¿Mi hermana te ha hecho rabiar? ¿Mi madre te ha puesto mala cara o mi tío demasiado buena? La señora de Candore ha despedido a la institutriz de su hija, Raúl; acaso acogerá a la mujer de su hijo. ¡Oh!