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De esta manera se asegura el entendimiento por los argumentos que sientan la verdad, y porque llega á entender que no hay cosa en contrario que la pueda destruir. Los que en materias opinables usan del método matemático sin proponerse las objeciones, no prueban bien sus asuntos, porque lo que dan por bien probado puede ser destruido por objeciones de gran peso.

Puede notarse que, á más de no cruzar la palabra, las tres personas mayores que se sientan á la mesa no se dirigen siquiera una mirada; y este cuidado con tal escrupulosidad lo realizan, que á cualquiera se le ocurre que hay en él buena parte de afectación.

La política trae consigo muchos disgustos... Pero en España no hay otro camino mejor para arribar á los altos puestos y hacerse hombre en un momento. ¡Cuántos que hoy son grandes personajes y se sientan en la poltrona andarían por su tierra escribiendo pedimentos y dando consultas á peseta si no hubiesen metido la nariz en la política!... La verdad es, querido, que el que no anda se queda atrás, y sólo la ocasión hace al hombre, y el que no la aprovecha es un tonto.

Van encorvados un poco y se apoyan en cayados amarillos. ¿En qué piensan estos viejos? ¿Qué hacen estos viejos? Al anochecer salen a la huerta y se sientan sobre unas piedras blancas.

Se han escrito muchos poemas excelentes sobre la venida del Príncipe, demasiado largos para copiarlos, aunque no haré lo mismo con la estrofa siguiente de Lope de Vega... Una vez á la semana vienen cómicos al palacio, en donde bajo un gran solio se sientan en medio la Reina y la Infanta, nuestro Príncipe y D. Carlos á la derecha de la Reina, el Rey y el pequeño Cardenal á la izquierda de la Infanta.

Ya encontraremos dice ella riendo; se dirige a la cocina. Al cabo de media hora reaparece: Ya se han marchado. Ahora estamos libres. Se sientan uno frente al otro y buscan en su imaginación. Nunca volveremos a encontrar una diversión como la del domingo pasado dijo Gertrudis suspirando. Y, después de un momento: Escucha, Juan. ¿Qué? ¿Sabes que eres para un verdadero don del cielo? ¿Por qué?

Silencio profundo. Todo el café, por dentro y por fuera, aguarda resignado. La orquesta preludia, la multitud grita, las sillas crugen, las mesas se chocan, los mozos corren, los curiosos se arremolinan, todos se sientan, la puerta del fondo se abre, el carácter cómico asoma.... ¡Carcajada general, unánime! ¡Ovacion completa! ¿Qué es eso? me preguntó muy bajo el asombrado brigadier.

¿A esto llama usted choza, y están las paredes llenas de santos? Vaya, vaya, usted me perdonará el atrevimiento; pero yo necesitaba hablar con usted, y pensé que almorzando se entienden las gentes. Tantas gracias. Se sientan cerca de la chimenea, cuyas llamas se reflejan en los vidrios de los cuadros, y comienza el festín.

Seguí haciendo la misma vida de antes y cultivando la misma especialidad con que casual y dichosamente había acertado. Mas, por efecto de la vida sedentaria y desarreglada que llevaba, o por ventura porque las descripciones cuando se abusa de ellas van directamente al estómago y se sientan en él, es lo cierto que vine a enfermar de este órgano.

Era Maximiliano, quien al ver a doña Guillermina y a Segismundo sentados en la escalera, hizo el siguiente razonamiento: «Dos personas que esperan y que se sientan cansadas. Luego, hace tiempo que esperan, y la casa está cerrada». Un rato estuvo inmóvil sin saber si seguir subiendo o volverse para abajo. El regente se reía y Guillermina le miraba con gracejo.