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Principia siempre a hablar con cierto desdén altanero, y su palabra en los primeros momentos es perezosa y torpe; parece que está distraído como si le arrancasen de improviso al mundo de reflexiones sabias y profundas donde habita a la continua. Mas a medida que el tiempo trascurre y el asunto penetra en él, toma calor y su discurso adquiere un brío extraordinario.

Los hijos habidos en esta unión quedan siempre con el padre, á menos que ellos quieran irse con la madre, y en ambos casos tienen derecho como los demás á la herencia de los dos.

Seguido siempre y nunca alcanzado, pero tampoco en salvo, se precipitaba en la iglesia, subía por las paredes, bajaba por los empolvados altares, y la plebe subía y bajaba con él. Se metía al fin entre las hojas de los misales, como una cinta de marcar, y allí, en aquel doblez seguro, le seguían también las manos armadas de puñales. Las navajas brillaban entre las doradas letras.

Sol, no bien vio a Lucía, no quitó de ella los ojos, para que supiese que estaba allí, y cuando le pareció que Lucía la estaba viendo, la saludó cariñosamente con la mano, a la vez que con la sonrisa y con los ojos. Prefería ella que Lucía la mirase, a que la miraran los jóvenes mejor conocidos en la ciudad, que siempre hallaban manera de detenerse más de lo natural frente a su balcón.

A primera vista parece que siempre que el hombre obra debe de tener presente el fin que se propone, y no como quiera, sino de un modo bien claro, determinado, fijo. Sin embargo, la observacion enseña que no es así; y que son muchos, muchísimos, aun entre los activos y enérgicos, los que andan poco ménos que al acaso. Sucede mil veces que atribuimos á los hombres mas plan del que han tenido.

Y no lo digo porque dude yo de la ciencia. ¿Cómo dudar, cuando la ciencia es, ha sido y será siempre mi amor, aunque desgraciado?

Para cumplir con el precepto del sábio, nil admirari, se necesita estar en el pleno egercicio de sus facultades, y haber contraido cierto hábito de dominar sus sentidos, siempre propensos á fascinar, y á engañarse. ¡Cuan distantes estaban los conquistadores de América de este estado de sosiego! Para ellos todo era motivo de arrebato.

Podían exigir el sacrificio de su vida, ¡pero ordenarles que marchasen día y noche, siempre huyendo del enemigo, cuando no se consideraban derrotados, cuando sentían gruñir en su interior la cólera feroz, madre del heroísmo!... Las miradas de desesperación buscaban al oficial inmediato, á los jefes, al mismo coronel. ¡No podían más!

¡Conservo suave memoria de los días allí pasados! mi cuarto, encalado de blanco, con una cruz negra, tenía un recogimiento de celda. Me despertaba siempre al toque de maitines.

No siempre se guarda este orden en las disputas de las Escuelas, pero conviene que se entienda para conocer el artificio lógico de los sylogismos.