United States or Maldives ? Vote for the TOP Country of the Week !


El silencio era absoluto en esta cima de la montaña flotante. De tarde en tarde, un toque de campana en el puente, un rugido del serviola, que contestaba desde el púlpito del trinquete, pasos tenues de marineros descalzos que se deslizaban lo mismo que espectros entre los botes y ventiladores de la última cubierta.

Por ejemplo, hablando de la pérdida de su ojo, decía que había cerrado el portalón de estribor; y para expresar la rotura del brazo, decía que se había quedado sin la serviola de babor. Para él el corazón, residencia del valor y del heroísmo, era el pañol de la pólvora, así como el estómago el pañol del viscocho.

Tres veces sonó la campana mientras él estaba allí, inmovilizado por el abatimiento, y otras tantas contestó desde lo alto del trinquete el baladro del serviola anunciando que las luces de posición seguían encendidas. Un oficial paseaba por el puente con la espalda algo encorvada y las manos en los bolsillos, deteniéndose a cada vuelta para sondear con sus ojos la obscuridad.

Calló Isidro, como si ya no encontrase nada qué contar; pero luego añadió sonriente: Y todavía hay alguien que vive más arriba de esta montaña de pisos: el muecín del buque, el vigía o serviola que va de noche en lo que llaman el «nido». El tal nido es esa especie de púlpito de acero en el que sólo cabe una persona y que está adosado al palo trinquete.

Anoche me explicaron lo que dice el serviola al oficial del puente. «Sin novedad; todas las luces van encendidasLas luces son las de posición del buque. Y si calla, porque se duerme, va a terminar el sueño amarrado a la barra. Todo eso lo ; yo he navegado algo... dijo Ojeda . Pero más que el buque me interesa los que van en él. Usted, en su calidad de duende, debe conocerlos a todos.

Si las anclas tenían los arganeos, caña, brazos, uñas y cepos como las ordinarias de ahora. Si llevaba algo que sustituyera á la serviola, y el pescante de gatilla y á los aparejos de gata y gatilla. De qué manera se varaban y abozaban las anclas durante la navegación. Cómo estaba dispuesto el lastre y en qué consistía.

El laúd, panzudo y pesado, caía tras cada ola con un solemne ¡chap! que hacía saltar las gotas hasta la cara de Juanillo: dos hojas de espuma fosforescentes resbalaban por ambos lados de la gruesa proa, y la hinchada vela, con el vértice perdido en la oscuridad, parecía arañar la bóveda del cielo. ¿Qué rey ni qué almirante estaba mejor que el serviola del San Rafael?... ¡Brrru!