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Me envolví en mi manta, vestido, corrí las cortinas que cubrían los cristales, la luna inundó mi cuartujo, y en compañía de un punch organizado a la ligera y de una serie de cigarros, esperé tranquilo la mañana.

Los sublevados proclamaron general y príncipe del Perú a Fernando de Guzmán, y mariscal de campo a Lope de Aguirre. Como Guzmán reconviniera a Lope por su inútil crueldad, el feroz vasco, que no admitía reconvenciones, se vengó de él, asesinándolo y cometiendo después una serie de atropellos y de crímenes.

En tal caso, los primogénitos perecen; y sólo muy abajo, entre los obscuros segundones de alguna clase pariente, surge la nueva serie que ascenderá más arriba. El hombre fué, no su hijo, sino su hermano, un hermano cruelmente enemigo suyo. Helo aquí, el fuerte entre los fuertes, el ingenioso, el activo, el cruel rey del mundo.

Y sinembargo, allí viven como seiscientas familias que pudieran llamarse una población de armadillos humanos, Allí está la vida, pero la vida subterránea y entre harapos. Imagínese una serie de calles sin empedrado, caracoleando en anfiteatro al derredor de una colina por tres de sus lados.

Estos hechos nos son presentados inmediatamente; los conocemos, por discurso, sino por intuicion: luego no es verdad que la intuicion del alma solo se refiera á fenómenos sensibles, pues que dentro de misma encuentra una dilatada serie de fenómenos no sensibles, que le son dados en intuicion.

Así te asemejas a cierto mercader que el Padre Ambrosio conoció en Roma, de quien contaba que se hizo retratar en escultura y en pintura, con trajes de todas las edades, hasta de aquella en que florecieron los Scipiones y los Favios. Con tan buena maña se formó larga serie de progenitores ilustres.

La llamaban doña María de las Nieves, y era una de las figuras más notables que presenta Madrid en la variadísima serie de los tipos de café. Iba algunas veces sola, otras con una mujer de mantón borrego que parecía verdulera acomodada.

Le dio la mano y se despidió. No hizo caso de la juiciosa advertencia. Pocos días después aparecía en El Independiente el primer artículo de la serie de tres que dedicaba al estudio de la obra poética de Rojas. Aunque hizo lo posible por moderarse y de buena fe pensó haberlo logrado, el estudio resultó un ataque violento que dejó estupefacto al mundo literario.

Al pie de la pieza más próxima se erguía, con el tirador en las manos, un artillero de cara impasible. Debía estar sordo. Su embrutecimiento facial delataba cierta autoridad. Para él, la vida no era mas que una serie de tirones y de truenos. Conocía su importancia. Era el servidor de la tormenta, el guardián del rayo. ¡Fuego! gritó el sargento. Y el trueno estalló á su voz.

Larga serie de siglos había de correr para que se elevaran las bases del gigantesco edificio, que habían de construir los grandes dramáticos de los siglos XVI y XVII, verdadera maravilla de los hombres.