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Más que el amor mismo, con otra clase de amor nuevo.... menos egoísta, nada egoísta... ¡qué sabía él!». Tuvo que apoyar la cabeza en la madera fría del quicio y volverla hacia el gabinete, porque los ojos se le oscurecían, llenos de lágrimas, y no quería que nadie le viese llorar. «Bueno sería pensó mientras se iba serenando , que ahora me preguntase Emma, por ejemplo: ¿Por qué lloras, badulaque?

Y así lo hizo. Granate al sentir aquella carga tan dulce quedó enajenado, y con increíble audacia le pasó un brazo por la cintura. La joven se alzó como si la hubiera pinchado. ¿Qué haces, bruto? ¿Crees que estamos en la manigua y soy alguna negra cimarrona? Después de contemplarle un rato con ojos coléricos, su fisonomía se fue serenando, sus labios se dilataron con sonrisa dulce.

Las primeras claridades de la aurora les sorprendieron todavía llorando sentados sobre el borde de la cama. Algunos días después salieron de Madrid. Viajaron por Suiza y por Alemania; en el mes de octubre visitaron a Inglaterra. A Madrid regresaron bien entrado ya noviembre. El viaje ejerció influencia saludable en el temperamento de Tristán, serenando sus ideas y amortiguando sus celos.

Poco a poco me iba serenando. Allá, en el fondo, estaba quizá contento por haber sacudido de los hombros el tremendo cuadro sinóptico de don Oscar. Las noches eran calurosas, asfixiantes. Cuando no iba a casa de Anguita, después que dejaba al amigo Villa, me agradaba dar vueltas por la ciudad en espera de las once, a pasos cortos y lentos, arrastrando los pies.

Era la Vida de Santa Teresa escrita por ella misma, encuadernada con la pasta sólida de filos dorados que caracteriza a los libros religiosos. A medida que se enfrascaba en la lectura, el rostro de la joven se fue serenando más y más, y la profunda arruga de la frente concluyó por desaparecer.

Luego procuró calmarla con sofística dialéctica que hizo poca mella en su ánimo irritado. Al fin, por misma se fue serenando y se avino a volverle a su gracia con tal que se llevase todos los regalos que le había hecho y le jurase solemnemente no traerle más. D. Laureano cargó con todos aquellos chirimbolos.

Ha sido un malvado fisiólogo que quería hacer con él un experimento... ¡Matadlo! ¡Matad a ese asesino!...Me ha robado mi nieto... Me ha robado el descubrimiento. ¡Matadlo! ¡matadlo! Después de este rapto de exaltación quedó tranquilo. Paseó con extravío sus ojos por la estancia, convirtiolos a su nieto, y su faz reflexiva se fue serenando poco a poco. ¡Es preciso! ¡es preciso! repitió sordamente.

Enrique estaba visiblemente conmovido. Casi no acertaba a expresarse, y creo que le hice un gran servicio hablándole del camino y del tiempo, que eran pésimos. La displicencia de la conversación le fue serenando poco a poco, y acabó por respirar más a su gusto. Hay momentos en que los extraños y los importunos no son del todo inútiles.

Como si se contemplase segura y libre de miradas indiscretas, sus ojos se fueron serenando poco a poco y se posaron con indiferencia en las pocas personas que en el carruaje había; mas no desapareció del todo la sombra de preocupación esparcida por su rostro, ni el gesto de desdén que hacía imponente su hermosura. El juvenil admirador no había renunciado a perderla de vista.

Lejos de Pepita, me voy serenando, y creyendo que tal vez ha sido una prueba este comienzo de amores. En todas estas noches he rezado, he velado, me he mortificado mucho. La persistencia de mis plegarias, la honda contrición de mi pecho han hallado gracia delante del Señor, quien ha mostrado su gran misericordia.