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Comenzó otra vez el capitan Sepé á pedir licencia para pasar el rio, y solicitar la entrega de los caballos: mas los compañeros negaron el poder hacer esto, sin saberlo el gobernador del castillo. Habiendo sido consultado, se le rogó diese licencia, enviando un soldado que le diese parte: pero trajo la negativa.

Mas cuando estas cosas se trataban, aquí, corrió un cierto rumorcillo, que el capitan Sepé á pié seguia el ejército: despues, habiendo llegado un muchacho, confirmó la venida, porque venia á llevar vestido y caballo para el cautivo que se volvia, y por fin, se presenta el mismo capitan Sepé apenas entró la noche, temblando con el frio y la caminata, y sin negar la verdad, contó su suerte; es á saber, que ayer, habiendo sido encerrado en el castillo enemigo, y llegando la tarde, fué mandado montar á caballo sin armas, sin espuelas, pero vestido, y cercado de 12 soldados armados, se le mandó buscase los caballos que se habian perdido.

Se llegaron á razones: primeramente dijeron: haya paz entre nosotros y cese la guerra, porque en nuestros corazones no abrigamos enemistades contra vosotros, ni poseemos temerariamente esta tierra, sino por mandado de vuestro Rey, y del Gobernador que en su lugar las gobierna, y tambien con consentimiento de vuestros padres, (juzgo que entendian aquel que de Europa vino á este negocio) y de algunos de vuestra gente: dejadnos gozar de esta tierra, cuando por otra parte no nos esperimentais molestos (si es que se puede dar crédito á estas razones): volvednos tan solamente los caballos que nos habeis tomado. Sepé, aquel célebre capitan de los Miguelistas, el cual entonces mandaba la artilleria, y sabia hablar algun tanto español, y era un poco conocido de uno de los Portugueses, porque ahora poco èl estuvo en los límites de las tierras de San Miguel con los demarcadores, se allegó mas cerca, convivado por ellos

Se trató otra vez por medio del mismo capitan Sepé acerca de la lista de los cautivos, ofreciendo los caballos y mulas de su pueblo, si los que los tenian negasen los suyos á los Portugueses, y cierto es que persistieron en negarlos.

Esta disposicion, sinembargo, no podia ser bastante para que el ejército por algunos dias no padeciese hambre. En el sitio de la vigia ó atalaya se mantuvo, con algunos soldados escogidos, el mismo capitan Sepé, miguelista.

Funes, que registró los archivos del vireinato, refiere, que en la entrevista que tuvo el capitan Zavala con el cacique Sepé Tyaragú en el pueblo de San Miguel, dijo este "que circulaba en aquellos pueblos una carta del Gobernador de Buenos Aires, dirigida al Superior de las Misiones, ordenando

Se promovió una controversia: Sepé afirmando la huida, si la quisiese tomar, y los Portugueses riyendo, porque la juzgaban imposible, y tenian por vanas sus amenazas; pero el hecho las probó verdaderas: porque como una y otra vez le preguntaron ¿como podia hacer esto? les dijo: veis ahí; y asorando el caballo con la voz, con el azote y con alaridos, se les escapó, y llevado en el pegaso, que parecia que volaba, se encaminó hácia el rio y bosque, quedándose espantados, y no atreviéndose á seguirle los soldados de á caballo, porque aun las balas de los 12 fusiles con sus llamas, parecia que no lo alcanzarian.

Llegando empero Sepé á la orilla del bosque, quitándole el freno al caballo, se escondió en los árboles, y pasado á nado el rio al otro dia, siguiendo los reales que se retiraban, fué recibido en ellos con gozo increible. Esta misma noche se huyeron de las manos de los enemigos dos mozos, los demas quedaron cautivos.

Los reales esta tarde se formaron escondidos en un profundo valle, sobre un arroyito distante del enemigo ocho leguas. Se hizo toda diligencia por redimir los cautivos, pero en vano, y lo que mas se sentia era la cautividad del capitan Sepé, comandante de la artilleria.