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Desarróllase la acción de La Regenta en la ciudad que bien podríamos llamar patria de su autor, aunque no nació en ella, pues en Vetusta tiene Clarín sus raíces atávicas y en Vetusta moran todos sus afectos, así los que están sepultados como los que risueños y alegres viven, brindando esperanzas; en Vetusta ha transcurrido la mayor parte de su existencia; allí se inició su vocación literaria; en aquella soledad melancólica y apacible aprendió lo mucho que sabe en cosas literarias y filosóficas: allí estuvieron sus maestros, allí están sus discípulos.

Como toda curiosidad pública vivamente excitada, no se satisfizo aquélla completamente, pues para que Ben-Farding no sufriese con la luz del día la impresión dolorosa de que estaban amenazados unos ojos como los suyos, que tantos años habían estado sepultados en las obscuridades de aquellos subterráneos, habían enratonado o empastelado su persona en un alcartaz o cucurucho de papel de figura piramidal, bordadas en él algunas flores con puntas de alfileres, para que por tan leves hendiduras pudiese respirar aquel loco empapelado.

10 ¿Por ventura se deleitará en el Omnipotente? ¿Invocará a Dios en todo tiempo? 12 He aquí que todos vosotros lo habéis visto, ¿por qué pues os desvanecéis con vanidad? 15 Los que de ellos quedaren, en muerte serán sepultados; y no llorarán sus viudas. 16 Si amontonare plata como polvo, y si preparare ropa como lodo;

Si no me equivoco, solo el poder de la Divinidad alcanza á descubrir, ya por medio de palabras proferidas, ó por signo, ó emblema, los secretos que pudieran estar sepultados en un corazón humano. El corazón que se hace reo de tales secretos, tiene por fuerza que conservarlos, hasta el día en que todas las cosas ocultas se revelarán.

Sus desmesurados pies, sepultados en zapatos de paño, pisaban con la pesadez y adherencia de la robusta planta calzada de alpargata, que golpea como una maza las baldosas de muelles y almacenes.

Aun se ven de él escasos vestigios en alguno de los claros de la selvosa y sombría montaña que se levanta al norte del castillo de la Albayda. Los cuerpos de los mártires S. Jorge y S. Aurelio fueron sepultados en este santuario.

En el centro de los haces se hincaban candelicas de blanca cera, y había de otras candelas largas y amarillas, compradas por varas y que se cortaban en trozos para hacer cuantas luces se quisiese; siendo el origen de traer estas candelas la creencia de que los niños muertos antes del bautismo y sepultados en las tinieblas del limbo sólo el día de la Candelaria ven un rayo de claridad, la de la luz que encienden, pensando en ellos, sus madres.