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Y riendo se escanció bonitamente tres ó cuatro vasos de sidra, y uno en pos de otro dándose casi la mano los introdujo en las inmensas oquedades de su vientre, donde apenas se notó su presencia. El capitán empezó á sentirse más inquieto. Ya sabemos que era hombre de poco aguante.

Conocerla luego y sentirse impresionado fue todo uno, por más que ella se mostrase silenciosa, esquiva y casi descortés... ¡Hacía dos años que el pobre capitán, solo y sin familia, no veía más que las indias y las gauchas del campamento!

¡Cómo! ¡Más que perder lo que se ama, sentirse amado y no poder pertenecer al objeto que se idolatra!

Si la dama le miraba fijamente, sus mejillas se encendían. Clementina no podía menos de sonreír ante esta inocente alborada de amor. Gozaba con ella llena de curiosidad, alegre de sentirse aún bastante hermosa para inspirar a un niño tan rendida pasión.

Estaba aburrida de sus peleas y rivalidades; no le inspiraban interés. Faltaba algo en su vida, sin que ella se diese cuenta de lo que pudiera ser. Tal vez por eso había cometido tantas ligerezas y travesuras en el buque. Pero aquella misma noche había adivinado de pronto cuál era su deseo, qué es lo que le faltaba para sentirse dichosa.

Hay algo de particularmente punzante al sentirse atacado, en medio de toda la brillantez y abundancia de la vida civilizada, por el azote de la vida salvaje: el hambre. Esto raya en locura; es un tigre que salta al cuello en pleno bulevar.

Muy lejos estaba ciertamente de sospechar el marqués que a él se debiera en gran parte, quizás en todo, que la señorita Sardonne hubiera preferido al convento la casa de la baronesa, pero era de un natural demasiado generoso para no sentirse conmovido ante tal infortunio, aun cuando él no se hubiera presentado de por bajo formas tan dramáticas y atractivas.

Recordando que él también había creído, recordando el alma ingenua que había muerto en él, ante la esperanza de poder creer todavía para sentirse más cerca de ella, para comunicarse con ella, ¡cómo había llorado, envuelto en una tranquila tristeza, en tímido gozo!

Arrastrados por la vertiginosa corriente, respirando el vaho fangoso del río como si mascasen tierra, sacudidos a cada momento por los remolinos, Rafael se creía en plena pesadilla; comenzaba a sentirse arrepentido de su audacia. De las casas inmediatas al río partían gritos. Se iluminaban las ventanas.

Al cambiar de medio social, al sentirse sacado de su esfera, al verse solo de repente en el torbellino del mundo, cada mirada produjo en él una observación y cada observación un juicio que, chocando frecuentemente con sus propias ideas, las destruía o alteraba.