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Volvió a Madrid y tardó más de una semana en ir a visitarla. Llegó el día de su santo, y nada, ni un miserable ramo de flores. Entonces, sin darse cuenta, empezó a sentirse mortificada por una impresión, mitad sorpresa y mitad despecho. ¿Habrían sido intencionadas sus bromas y luego desistió de ellas por considerarlas estériles? ¿Jugó con fuego hasta quemarse?

El viento le fue propicio y avanzó con rapidez hacia el Sur. Aunque había llegado el verano de aquellas regiones, el frío empezó a sentirse. La costa parecía que no acababa nunca. Lo que iba acabando era la paciencia de Morsamor y de sus compañeros. El estrecho deseado apareció por fin, consolándolos y entusiasmándolos. La nave Argo entró por él con valentía.

En su larga y variada experiencia, Ferpierre había estudiado con mucha atención las pasiones humanas, y sabía que los amantes infieles suelen sentirse sobrecogidos, en el momento de la traición, por un movimiento de compasión hacia la persona que traicionan.

Bonis no se acordaba de que no había cenado todavía, y dejaba que la debilidad se apoderara de él. Empezaba a sentirse mal sin darse cuenta de ello.

Si el joven amaba a la nihilista, sus relaciones con la Condesa no eran por eso un obstáculo que lo impulsara a matar a ésta. ¿Podía ese rebelde, para quien la ley coercitiva no tenía valor, sentirse atado por un escrúpulo enteramente moral? ¿Y no había, en realidad, dejado otras veces a su querida por correr en busca de nuevos placeres? ¿Qué le impedía hacer otro tanto, con mayor libertad que la primera vez?

La juventud cordobesa empezó desde entonces a encaminar sus ideas por nuevas vías, y no tardó mucho en sentirse los efectos, de lo que trataremos en otra parte, porque por ahora sólo caracterizo el espíritu maduro, tradicional, que era el que predominaba.

Felisa, menos trágica, más moderna, y sobre todo más femenina, se limitó a procurar saber si Manuel amaba y deseaba en ella algo superior a la envoltura carnal. Luego de sentirse amada en espíritu, toda hermosura le parecería poca para que él la gozase; pero alambicando y quintaesenciando a su modo la índole de la pasión que inspiraba, se preguntaba constantemente: «¿Me querría si fuese fea

Y dispense V. E. Como todos los vacíos de mollera, era hablador, y hablador insulso; tomaba la palabra y era un escupir sandeces por aquella boca... El amigo del doctor Eneene tenía que aguantarle su charla y reírle sus gracias, sobre todo, cuando venía el cuento al caso, postre indispensable de su conversación, tan indigesto, que no había quien lo probara dos veces, sin sentirse malo de veras; don Bernardino pasaba por este amigo abnegado: era él bastante fino para apreciar debidamente la estulticia de S. E.; pero, tan calculista como fino, conocido el lado flaco, le adulaba, dejándole hablar, fingiendo escucharle con gusto y riendo a carcajada tendida el cuentecito de cajón.

Puede decirse que es ya conocido de todo el mundo; empieza a sentirse una especie de rumor sordo precursor de la gloria. ¡Qué satisfacción para una madre ver a su hijo en el pináculo de la fama!... Estoy satisfecha de la inesperada acogida de que ha sido objeto mi hijo, pero pido a Dios antes que la gloria y los honores, que sea un hombre digno, y buen cristiano, como lo es su padre.

Se decía que los hombres son siempre así, hágase lo que se haga, y ante sus ojos las personas del sexo fuerte eran criaturas que al cielo le había placido hacerlas naturalmente fastidiosas, como los gansos y los pavos. Aquella mujer buena y caritativa no podía dejar de sentirse fuertemente atraída por Silas Marner, ahora que lo veía bajo un aspecto de una persona que sufre.